Robert Kubica: Actualización de su Evolución

[narnia]

No rendirse jamás

Sábado, 23 de Abril de 2011 09:32 JACOBO VEGA



Por muchos golpes que te dé la vida, hay que saber levantarse y tratar de ser más fuerte que la última vez que caiste a la lona.


Tumbado en la cama del hospital, Robert, todavía bajo los efectos de la anestesia, se miraba la mano derecha, llena de vendas y tubos de drenaje. Apenas la podía mover. No era la primera vez que se encontraba en esta misma situación y no se acordaba bien de lo que le había pasado, pero si acertaba a recordar la última vez que estuvo ingresado en una unidad de cuidados intensivos con el brazo destrozado. Tenía sólo 19 años y había sufrido un accidente de circulación poco tiempo antes de que diese comienzo la temporada de F3 en el circuito de Hockenheim.

Fue un episodio de mala fortuna. A duras penas había podido reunir el presupuesto y cerrar un contrato con el equipo Prema, pero la placa y los tornillos de titanio que los doctores la habían colocado en su brazo izquierdo le iban a impedir participar en las primeras citas. Robert nunca se dio por vencido, salió del hospital, comenzó su recuperación y se incorporó a la parrilla en la cuarta carrera, pese a que su brazo todavía no estaba curado del todo. Sabía lo importante que era esa temporada, quiso reaparecer cuanto antes y ¡de qué forma! Nadie le pudo contener y en su primera aparición en la pista se llevó la victoria. Todos los que presenciaron aquella carrera en Norisring se dieron cuenta que ese desgrabado muchacho polaco tenía algo especial.

Se recuperó perfectamente del susto, pero aquel no fue el único revés que el destino le tenía preparado. Tras su salida del programa de pilotos de Renault en el año 2002, nunca había resultado fácil seguir compitiendo. Completar los exagerados presupuestos que pedían los equipos cada vez era más complicado, pero ni él ni Daniel, su manager, se iban a dar por vencidos. Tras haber pasado dos temporadas en la F3, era el momento de dar el salto a la recién creada GP2, pero en el ambiente de prosperidad económica que vivía el viejo continente, los precios de los equipos eran inasumibles y había una larga fila de pilotos con mucho menos talento que él, pero con la billetera dispuesta a colmar las arcas de los equipos.




La temporada estaba a punto de comenzar y con los asientos de la GP2 ya cerrados, llamaron a la puerta de Epsilon, para competir en otro campeonato que nacía también ese mismo año. No tenían el presupuesto, pero Joan se quedó prendado del polaco nada más verle y decidió darle una oportunidad. Si las cosas salen bien, todos ganaban. Si salían mal, saldrían todos perdiendo. Y como tras aquel fatal accidente, Robert, se puso el mono y el casco y volvió a demostrar que era alguien especial. Ganó el campeonato con gran autoridad, sin discusión, pero de nuevo, había que salir a buscar dinero para seguir corriendo. Su victoria en las Word Series llamó la atención de muchos equipos de GP2, pero de nuevo el dinero no aparecía y esta vez Robert pensó muy en serio que había llegado el momento del adiós.




Paradójicamente, el premio por ganar las World Series, era un test con el equipo Renault de F1, paradójicamente los mismos que años antes le habían dado la espalda y despedido de su programa de jóvenes promesas. La puerta de la GP2 estaba cerrada de nuevo y Robert se presento aquella fría mañana en Montmeló con una sola bala en la recámara. No podía desperdiciarla. Él tenía que demostrar en la pista de lo que era capaz y Daniel tenía que moverse con su habitual maestría por el paddock para no volver esa noche al hotel con las manos vacías. El rendimiento de Robert aquel día fue impecable y cuando Flavio quiso volver a reclutarle, ya era demasiado tarde. BMW le había ofrecido un contrato de probador para el equipo de F1. Había vuelto a levantar un dificilísimo punto de partido y la GP2, que le había despreciado, ahora era una competición menor comparado con lo que le esperaba: la gloria de la F1.



Mirando, por última vez, a través de esa ventana del Hospital Santa Corona, Robert se volvió a dar cuenta que nunca lo había tenido fácil. Se miró la enorme cicatriz que luce en su brazo desde 2003, se acordó de los problemas con los presupuestos, de su accidente en Canadá, pero también de los buenos momentos, de las victorias, de los amigos. Hasta en tres ocasiones salvó su carrera in extremis a base de talento y mientras contemplaba su mano, ya sin vendas ni drenajes, pero también sin fuerza, sonrió y supo que esta vez también iba a derrotar al destino, ese que se le volvió a cruzar en una estrecha y desapacible carretera italiana aquel maldito día 6 de febrero.

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