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Emerson Fittipaldi: "La fórmula 1 ha perdido los valores deportivos"
#1
[Imagen: Emerson-Fittipaldi-en-sus-ofic_541855533...00_226.jpg]

Elegante, amable, hedonista, tímido, muy famoso, en Brasil, Emerson Fittipaldi es mucho más que el primer gurú de la F-1.

EMERSON FITTIPALDI se dirige por inercia al rincón favorito de su oficina, en la lujosa avenida Rebouças de São Paulo: la sala de los juguetes. Camisa blanca arremangada, zapatos negros, sonrisa soñadora, coge primero un cochecito de fórmula 1. Sonríe. Luego, uno negro, modelo fórmula Indy. “¿Sabes quién me lo regaló?”, pregunta. “El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), un orgullo”. Juguetea entre réplicas de helicópteros y coches. Su asesor, con sutileza, entra en la sala. Le invita a instalarse en su despacho para hacer la entrevista.

El mundo real –la seriedad, el trabajo, la agenda– apaga el brillo de sus ojos. El despacho espera. El tiempo es limitado.

La vida de Emerson Fittipaldi (São Paulo, 1947) es tan intensa como la de un rock star. En Brasil, Fittipaldi es un mito viviente: el precursor de la fórmula 1, de los éxitos de Ayrton Senna, Nelson Piquet o Felipe Massa. Y en el mundo entero –al ser el único que conquistó la F-1 y la fórmula Indy estadounidense–, Fittipaldi es la encarnación de la velocidad. Hace media hora, estaba siendo filmado para un anuncio junto a dos coches de fórmula 1 del que fue su equipo, el Copersucar. Sonreía entre luces, maquilladoras y un equipo de televisión. De aquí a unas horas, saldrá volando hacia Brasilia para reunirse con un ministro. Mañana, partirá rumbo a Florida. “Por negocios –afirma–, aunque también voy a ver cómo mi nieto Pietro se estrena en la Nascar. Será el campeón de fórmula 1 más joven del mundo. ¡Tiene sólo catorce años!”.

Recuperar el brillo de la mirada de Emerson Fittipaldi es fácil. Basta hablar de su infancia. Del que siempre fue su juego favorito. “Mi padre, que era periodista, me llevó por primera vez al circuito de Interlagos (São Paulo) cuando tenía cinco años. ¡Y me encantó! Quedé alucinado. Luces, colores, rugido de motores…”, afirma.

Confiesa que desde entonces tenía un sueño: “Ser piloto”. Más relajado, va hablando de una infancia en la que los juguetes eran ruedas o tuercas. Cuando tenía cinco años, ganó una carrera de bicicletas patrocinada por Radio Record. Cuando tenía nueve, consiguió las Mil Millas Infantiles, una carrera de coches hechos con cajas y ruedas de madera. Y sin querer, sin sospechar que un día sería bicampeón de fórmula 1, bicampeón de las 500 Millas de Indianápolis y campeón de la fórmula Indy, que cosecharía 36 victorias y 18 pole positions, Fittipaldi siguió divirtiéndose. El niño Emerson
–creando, jugando– inventó una bici con motor. “A los 15 años patenté un volante de cuero. Me divertía mucho y además ganaba un dinerillo”, susurra.

Fittipaldi se emociona cuando habla de su hermano mayor, Wilson, “responsable directo de mi pasión por el automovilismo”. “Fue siempre mi referencia. Era su mecánico y de tres pilotos de kart más. Empecé a correr en Brasil cuando tenía 11 años. A los 14, comencé a correr en motocicleta”, explica.

El silencio se afila. Fittipaldi sonríe: “A mí madre no le gustaba que corriese en motocicletas. Me lo prohibió. Pero el tiro materno salió por la culata, porque entré de lleno en el automovilismo. A los 17 años corría en kart, y a los 18 ya competía en coches. Mi hobby era fabricar karts. Después, coches de fórmula B”.

En el despacho de Fittipaldi hay cascos, trofeos, fotos enmarcadas, un retrato de George Harrison, el ex Beatle. “Fuimos amigos íntimos. Nos conocimos en Inglaterra y siempre venía a verme a Brasil”, afirma, mientras rememora cuando se mudó a Inglaterra: “En 1969, tenía un sueño muy grande y sólo podía conseguirlo en la capital mundial del automovilismo, Londres. Vendí todo lo que tenía en Brasil, el coche de fórmula B, la camioneta y mi coche, un Volskwagen. Así me compré el fórmula Ford”. De su llegada a Londres recuerda poco. Detalles, anécdotas. “Tenía muchas expectativas. Quería ser piloto de F-1. Cuando enseñaba fotos de Brasil a los ingleses, entrenamientos de karts, imágenes del circuito de Interlagos, me preguntaban: ‘¿Pero en Brasil hay coches?’”. Sonríe. Brasil todavía era sinónimo de Pelé, apunta Fittipaldi, “del país del fútbol”. El país empezaba a exportar café a Estados Unidos gracias a una canción sensual, La garota de Ipanema.

Fittipaldi habla con humildad. Como si sus hazañas hubieran sido inevitables. En su estreno en la fórmula Ford ganó tres de las nueve carreras. Subió catapultado a la fórmula 3. Conquistó el título. Pasó fugazmente por la fórmula 2. Y Colin Chapman, director de Lotus, le abrió las puertas a la categoría reina. “Siempre había pensado que el día que estuviese en una parrilla de salida podía morirme. Y allí estaba yo. Fue todo demasiado rápido. En sólo un año llegué a la fórmula 1”, matiza.



El bautismo de fuego en la F-1 tuvo lugar el 19 de julio de 1970, en el Gran Premio de Inglaterra. Fittipaldi quedó en octavo lugar. Su primera victoria, en Estados Unidos, ese mismo año, tuvo un sabor agridulce. Unas semanas antes el austriaco Jochen Rindt, compañero de equipo, le pidió que entrenase con su vehículo para el Gran Premio de Monza. El brasileño tuvo un accidente y destrozó el coche. Como Rindt lideraba el campeonato, el jefe de equipo le cedió el auto del brasileño. Y Jochen Rindt murió en un accidente que podría haber costado la vida a Fittipaldi. Este recuerda aquella fecha con dolor. De repente, enciende la mirada. “Entre los 11 años que corrí en la fórmula 1 y los 13 de la fórmula Indy, he perdido a 35 amigos – afirma–, 35 personas que entrenaban conmigo. El miedo era terrible. Afrontaba con esperanza cada carrera. Siempre pensaba que le iba a pasar a otro. Aunque las posibilidades de sobrevivir eran de siete a uno. Hoy en día, de 800 a una. Era aterrador”.

De repente, calla. Mira como un niño extraviado. Vuelve a hablar: “Confieso que no sé lo que me movió a ser piloto. Tal vez a un piloto le muevan el esfuerzo, un sueño de llegar... a alguna parte”. Recupera la sonrisa. Ahora toca rememorar el Gran Premio de Estados Unidos de 1970. Fittipaldi ganó. Y su triunfo posibilitó que Jochen Rindt se declarase campeón póstumo de fórmula 1 (hasta ahora algo inédito). “Fue fantástico, maravilloso”, asegura.

La voz de Fittipaldi, rememorando sus éxitos, se acelera. No es para menos. Fittipaldi hizo tres podios en 1971. En 1972 consiguió su primera pole position (en Mónaco) y su primer título mundial. “Que un brasileño fuese campeón del mundo fue espectacular. Para nosotros era imposible, algo muy lejano. Brasil se colocó en el mapa del mundo”, afirma. Con 25 años se convirtió en el campeón mundial más joven de la historia. Y la hasta entonces minoritaria pasión automovilística de Brasil comenzó a ser un fervor popular. “Otros corredores brasileños llegaron a la categoría, entre ellos mi hermano Wilson. El Gran Premio de Brasil nació en 1973, en plena eclosión”, señala. En 1974 consiguió el bicampeonato. No le da demasiada importancia. Fittipaldi desvía su discurso del triunfo. “De lo que estoy orgulloso es de haber sido el precursor de estos últimos cuarenta años de brasileños en el podio de la fórmula 1”, afirma con firmeza. Es inevitable: la conversación se llena de héroes locales: Ayrton Senna, Nelson Piquet, Rubens Barrichelo, Felipe Massa, Nelsinho Piquet. ¿Cuál es la fórmula del éxito de Brasil en el automovilismo? ¿Por qué la palabra (Brasil) que era sinónimo de Pelé también lo es hoy de fórmula 1? “Muy sencillo, en Brasil se potenciaron mucho las categorías inferiores, los karts”, dice Fittipaldi.

Si al principio, tras ser expulsado del cuarto-paraíso de los juguetes, hablaba en cuentagotas, ahora Fittipaldi charla con vivacidad. Responde con agilidad. No se lo piensa dos veces. Pregunta, respuesta.

¿Qué cualidades tiene que tener un buen piloto?

“Talento, dedicación, amor. Dentro del talento, ser rápido, coordinación, sentir el coche”.

¿Y quién será el próximo campeón brasileño?

Nelsinho Piquet es un piloto extraordinario. Felipe Massa es un piloto que puede llegar a ser muy rápido. (Calla de repente, medita). Pero Felipe tiene un compañero de equipo superior: Fernando Alonso, y ese, siempre lo digo, es el mejor piloto de la actualidad, el más técnico.

Pero no todo fueron glorias en la trayectoria de Emerson Fittipaldi. En 1976, cuando estaba en la cumbre, hizo una apuesta arriesgada e imprevisible: decidió unirse al equipo Fittipaldi fundado por su hermano Wilson. Un equipo netamente brasileño, desconocido, patrocinado por la cooperativa de azúcar y alcohol Copersucar. “Siempre había soñado con tener un equipo propio. Entonces, Brasil estaba en una fase de modernidad. Pasaban muchas cosas nuevas. Parecía el momento oportuno. Pero los primeros años del equipo fueron muy difíciles. Nuestro mejor resultado fue un segundo lugar en Interlagos en 1978”, afirma. Y protesta riendo: “¡Eran resultados muy buenos, que la prensa brasileña no entendía! Estaban obsesionados con la victoria, acostumbrados a que ganásemos mundiales de fútbol. Aquella ansiedad por tener resultados me enseñó mucho. El fracaso es uno de los mejores maestros”.

La pregunta es inevitable: ¿cómo ha cambiado la imagen de Brasil en estos 40 años? ¿Qué ha supuesto para Brasil la era Lula? Cuesta sacar a Fittipaldi de la conversación sobre automovilismo. “Nunca me metí mucho en política –dice–. Pero después de la dictadura, Brasil entró en una cadencia de reformas muy serias. Fernando Henrique Cardoso dejó una buena herencia económica. El gobierno Lula, muy inteligentemente, continuó con las cosas buenas del gobierno anterior. Y Dilma Rousseff está haciendo lo mismo. Brasil tiene mucha seriedad y credibilidad para inversores”.

Y de Brasil al cielo, Fittipaldi se deslengua. Ironiza sobre la profecía que el austriaco Stefan Zweig hizo en 1941, Brasil, el país del futuro, tan cuestionada durante décadas. “Ahora sí, somos el país del presente. Pero se ha conseguido porque el brasileño es un pueblo muy trabajador, escribe eso, por favor. Además, Brasil tiene agua ilimitada, alimento ilimitado, varios tipos de energía”, apunta Fittipaldi con soltura.

El piloto desembarcó en Estados Unidos “sin querer”. Sin premeditación. Tras tres años sin competir, participó en el Miami Gran Prix Downtown. “Fue fantástico. Me encantó la ciudad de Miami, tan latina. Además, me sentí muy bien en el coche. Hice pole position”. Poco después, Fittipaldi comenzó a disputar la fórmula Indy. “Fui a Indianápolis sin compromiso, relajado. Y me gustó mucho. Me gustan las curvas rápidas”, indica radiante. Y es que el piloto, durante cinco años, vivió su segunda juventud. En 1989, tras cinco victorias, se convirtió en el primer brasileño campeón de la F-Indy. Y en el único astro de la F-1 que reinó en Estados Unidos. En dos ocasiones –1989 y 1993– ganó las míticas 500 Millas de Indianápolis. “Salía de casa entusiasmado para correr, relajado. Quizá por eso me fue tan bien”, matiza.

Estados Unidos no sólo representó una segunda juventud en la carrera deportiva de Fittipaldi. Miami le ayudó además “a disfrutar de la vida”. Por fin, Emerson comienza a hablar del placer, de la vida-al-margen-del-deporte. De amigos. Aficiones. Sabores. Es un entusiasta del tabaco –“los puros son todo un rito de vida, un victoria, una conmemoración”–, un gran amante del mar –“disfruto mucho navegando en el océano, el yate que tenía en la adolescencia, en Brasil, ahora está en Miami”–. Y es un gran devoto de sus amistades –“mis mejores amigos son cubanoamericanos, son muy parecidos a nosotros, entrañables”–. Además, es un gran aficionado al tenis –“siempre que puedo me escapo al Open de Estados Unidos”–.

Estados Unidos afiló también el instinto empresarial de Emerson. Pero antes de hablar de negocios, frunce el ceño. Baja la voz. Y escupe, con cierta amargura, críticas duras: “En la fórmula 1 reina un ambiente muy complicado para convivir con la familia o los amigos. La vida de la F-1 es muy tensa, dentro y fuera de las pistas. No es nada fácil. Siempre hay algo equivocado. Compites pensando en intrigas, en lo que dirá la prensa. En los últimos años, la F-1 ha perdido los valores deportivos. La fórmula Indy es más íntegra a que la F-1”.

En 1993, Fittipaldi conmemoró su victoria en las 500 Millas de Indianápolis tomando una jarra de zumo de naranja, en lugar de leche. Emerson ya tenía un imperio empresarial en marcha. Su fazenda de Ribeirão das Cruzes, en el interior del estado de São Paulo, “ya exportaba naranjas a todo el mundo”. En mayo del 2008, Fittipaldi entró en la pista de Indianápolis, antes de la competición, en un Corvette movido a base de etanol brasileño. Fittipaldi –gracias a la insistencia del ex presidente Lula– es el embajador en el mundo del etanol brasileño. “Cultivo caña de azúcar, en Mato Grosso do Sul. También invierto en complejos de transformación de etanol de todo el país. Brasil tiene una posición muy cómoda en cuanto a etanol. Desde 1974, incentiva el etanol. Aquí nació el primer coche flex (combina gasolina y etanol). Brasil invierte en tecnología de semillas. Además, el etanol americano está subsidiado. Se hace con maíz, un alimento. Y en EE.UU. no hay tanta área de cultivo”, afirma.

Pero Fittipaldi tampoco da importancia a los negocios. Aparte de exportar naranjas o etanol, posee centros comerciales en Miami. Es socio del Salón de Tuning de Brasil. Copropietario de un equipo de A1 Gran Prix. Comercializa una marca de tabaco (Fittipaldi Cigars). Un reloj con la bandera brasileña lleva su nombre (TW Steel). Y un coche, el Chevrolet Omega Fittipaldi. Pone rostro a una docena de marcas. Y dobla películas de Disney. Pero habla con humildad. Como si todo hubiera sido inevitable.

¿Cuál es su secreto empresarial, su fórmula? De nuevo, se remite al deporte:

“Todo lo que yo aprendí en el deporte, el esfuerzo, la organización, lo apliqué a los negocios. El deporte enseña mucho. El esfuerzo que pones en el deporte es el mismo que pones en las empresas”. ¿Y cómo lleva el ser un casi dios en Brasil? ¿Es incómoda la vida de celebridad? “Me he acostumbrado. Me gusta que la gente se acerque y me pregunte”.

Habla de sus aficiones. Ver deporte. Practicar kite surfing. No dedica un minuto a recordar los dos accidentes que casi le costaron la vida: en Michigan en 1996, y en su avión particular, mientras sobrevolaba sus tierras en São Paulo, en 1997. “Tras los accidentes descubrí a Dios. Me dijo: ahora tienes que trabajar para mí. La vida es más fácil desde entonces”, sentencia.

El tiempo se agota justo cuando Fittipaldi está relajado. Su vida personal, familiar, sale tímidamente en la conversación. “Soy muy familiar. Me gusta disfrutar de la familia. Viajo de vacaciones por placer con mi familia”, afirma. Habla con cariño de su madre, la rusa Józefa Juzy Wojciechowska, que llegó de niña a Brasil. “Mi abuelo era oficial del zar y consiguió una carroza para huir de la Rusia revolucionaria. Llegaron a Hamburgo y se embarcaron hacia Brasil. Preguntó: ‘¿Cuál es el país más caluroso?’. Y se subieron a un barco. Vinieron por casualidad”, dice riendo. Su abuelo paterno era italiano. Llegó a São Paulo huyendo de la pobreza. Todos, hacia delante, escapando de algo.

Antes de la despedida, llega el momento de intentar lo imposible: un paseo en coche con Fittipaldi. Su asesor lo había descartado por falta de tiempo.

¿Sabe que en España, a un conductor veloz, se le dice “eres un Fittipaldi”?

Sonrisa. “Sí, sí, lo sé”. ¿Y que llegaron a colocar el límite de velocidad a 110 kilómetros por hora? Risas. “Es muy poco, ¿no?” (ahora ya vuelve a estar a 120).

¿No quiere dar una vuelta en coche? Mira el reloj. Sonríe. Accede. En el pasillo, habla con un funcionario de dinero. Pronuncia una cifra millonaria. Ya dentro de su Chevrolet Omega Fittipaldi –negro, brillante–, ajusta el retrovisor. Cinturones listos. Arranca. Al dejar la mansión de Rebouças, su jardín sembrado de coches, Fittipaldi advierte que será una vuelta corta. “Aquí en São Paulo, conducir es difícil. Te pasas el día en atascos. Por eso uso bastante el helicóptero”. Acelerador. Freno. Emerson Fittipaldi, en un cruce, da un pitido, molesto con un coche. Para en un semáforo. Gira. Mira al espejo, encajando la urbe en fuga en el retrovisor: peatones, árboles, un suave caos de vehículos, garajes cerrados. Confiesa que sólo pisa el acelerador cuando está en su fazenda, en el interior. Y que una vez cumplió su sueño de volar por las calles de São Paulo: “El Ayuntamiento paró el tráfico para mí. Fue fantástico…”. Unos minutos después, regresa a su mansión. Frena. Sonríe, ya casi sin escuchar. Pensando, tal vez, en el ministro que le espera en Brasilia. O en su nieto Pietro, que “un día será de nuevo el campeón de F-1 más joven del mundo”.

http://www.lavanguardia.com/magazine/201...tivos.html
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#2
PEDAZO DE ENTREVISTA GUAPA!!!
Florecita para el Nano y cosqui para Massa.
PUXA ALONSO
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#3
Yo tambien lo creo

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#4
Me ha encantado la entrevista! Y que razón tiene en todo. Alonso le da mil vueltas a Massa y la F1 ha perdido sus valores deportivos...
Avanti Fer! Tu magia es nuestro mejor amuleto... Dreams, red dreams...
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#5
muy amena la entrevista, de las mejores que he visto por aqui hechas a gente relacionada con la F1
[Imagen: mafiam.gif]
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#6
Gran entrevista!!! Un gran campeón sin duda.

Lo de Massa y Alonso, no hace falta decir nada mas, creo que todos sabemos como va esto.
[Imagen: KXwZtQB.jpg]
FERNANDO, SIEMPRE ESTAREMOS CONTIGO !!!
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#7
Pues eso....amén!

Cuando habla un grande de la historia de la F1 normalmente dice verdades....y en esta entrevista se nota. Cuando has pilotado por pasión y sin 'manipulaciones externas' te das cuenta de que la F1 actual es un cúmulo de intereses económicos que dan ganas de 'vomitar'.

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