20 ABR 2011 11:43
Alonso, levanta la voz
Tras llevar tiempo respirando Scuderia, contando los buenos domingos o las tardes desgraciadas del equipo rojo, uno identifica rápidamente a dos tipos de ferraristas dentro del equipo: a los que les duele el escudo y a los que les basta con llevarlo en el pecho, sin una mueca de preocupación aparente cuando las cosas van mal... que están siendo casi siempre en los últimos tiempos.
Los ingenieros que hablan compungidos en los laterales del motorhome buscando explicaciones contra otros empleados que sonríen comiendo helados. Compromiso contra frivolidad, como en cualquier vestuario futbolero o en una redacción, cuestión de implicación con la camiseta. Nada que ver el tono responsable de Casillas -canterano de toda la vida- o de Puyol ante una pobre noche que el de Lass Diarra. En Ferrari también llama la atención esa distancia, aunque seguramente sea generalizada en la Fórmula 1.
El pasado domingo por la tarde en Shanghai fue el último ejemplo. De rojo te podías encontrar a chicos y chicas guapas sonrientes y a veteranos de la escuadra muy molestos por el pobre resultado de los dos coches, mientras el título corre hacia manos de otros. En el territorio colorado se cruzaba el rostro serio de Fernando Alonso con el dichoso de Felipe Massa, uno séptimo otro sexto en meta, que definió su carrera como 'casi perfecta' ¿?
Al brasileño le bastó con hacer un poco de ruido en la pista y terminar por segunda carrera consecutiva por delante de su compañero para comparecer radiante. Así son las miras de este chico, tan bullanguero y mal encarado como inconsistente cuando las cosas en el asfalto se ponen bravas, tendencia general este año en la rumbosa nueva Fórmula 1.
La complacencia puede ser ahora la peor actitud de Ferrari ante el mediocre inicio de temporada. No basta con reducir el análisis a los domingos, cuando los coches parecen mantener el tipo ante Red Bull y McLaren. La diferencia de rendimiento del sábado es dramática y castiga a sus pilotos a salir siempre desde posiciones peligrosas en la parrilla.
En Maranello estudian a fondo los datos del inicio de estación y creen haber encontrado el origen de los males en su vetusto túnel del viento, donde los datos del invierno estaban falseados por errores de cálculo. Corren para remediarlo, prueban en galerías ajenas y trabajan 24 horas para dar un lavado al F150 de cara al Gran Premio de Turquía.
En esta reacción, Alonso tiene un papel importante, aunque los fallos estructurales del coche sean imposibles de solucionar por sus manos. Desde que llegó a Ferrari, el español intentó adaptarse rápidamente a una institución de leyenda. No era aquel Renault campeón de andar por casa, donde Briatore le daba permiso para poner firme a la tropa a pesar de su juventud, ni el tormentoso McLaren, donde siempre se sintió un extraño. En la escudería roja encontró su sitio, entusiasmado por la atmósfera del mito, y por un entorno donde encajó a la perfección desde el primer día.
Tuvo que remontar ya en 2010, pero jamás levantó la voz ni reprendió a los suyos, una actitud que en etapas anteriores de su carrera le hizo ganar fama de protestón. Ahora quizá sea el momento de que el asturiano ejerza otra vez de gran capitán, crítico como antes, inflexible ante la indolencia, motivador como siempre. No le reclamamos grandes titulares, ni escándalos exteriores, sino firmeza entre bambalinas con sus mecánicos e ingenieros, con el aval del presidente de la marca, Luca di Montezemolo, que tras la cita de China ya dijo alto y claro que Ferrari no podía seguir en esa línea. Palabra del jefe.
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