«Pedro, calienta que sales»
El mexicano Sergio Pérez se resiente del accidente que sufrió en Mónaco y cede por sorpresa su asiento en Sauber a De la Rosa, que pilotó vestido con el mono de McLaren
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Pedro de la Rosa, durante la rueda de prensa que ofreció ataviado con la gorra de Sauber. Reuters
ÁLVARO FAES
«Pedro es así», decían ayer en el paddock desde su rincón vacío en McLaren. De Sauber le sacaron hace nueve meses de malas maneras y ayer, sin pensarlo, acudió al rescate del coche blanco. Con la ensalada todavía camino del estómago, De la Rosa se acercó hasta el pabellón del equipo suizo. «Si me llaman para que corra debe ser que Sergio se encuentra mal de verdad», contaban los más cercanos que dijo cuando conoció que el mexicano Pérez no iba a estar en la segunda sesión libre. Le tranquilizó Jaume Sallarés, otro nacional, en el papel de apoderado del chico que ha llenado a Sauber de patrocinadores. «Todo bien, es por precaución, gracias».
Sin tiempo para más, De la Rosa pasó del solecito en las sillas de teca al garaje de su antiguo equipo. Sergio Pérez se sintió mareado durante la tanda matinal, lo dijo por radio, alguien le escuchó y entre todos decidieron que no merecía la pena arriesgar.
Tenía el mexicano el visto bueno de la FIA después de su fortísimo impacto en Mónaco, un golpe a 200 por hora contra la barrera tras la chicane, a la salida del túnel. En la cabeza del joven de 21 años, que debutó séptimo en Australia (descalificado después por unos milímetros de más en el alerón), retumbaba la advertencia del médico oficial. «A la mínima que te encuentres mal, te bajas». Lo hizo, pero para todo el fin de semana, así que De la Rosa disputará su carrera número 86.
Obediente, el mexicano confesó que se había mareado. «Es un gesto de madurez y responsabilidad. Podría haberlo ocultado y salir a probar en la segunda sesión», decía su agente, con una mezcla de orgullo y rabia por el fin de semana perdido.
Faltaban diez minutos para la segunda tanda, cuando Antonio Pérez, el padre de «Checo» se sentaba solo, silencioso, a comer un plato de arroz. Ya conocía la noticia. El relevo se gestó en cuestión de minutos, lo que tardó Monisha Kaltenboru, la directora general de Sauber, en acercarse a Martin Whitmarsh para pedirle prestado a su piloto. ¿Quién mejor que su último piloto para sustituir sobre la marcha a «Checo» Pérez?
Ya habría tiempo más tarde para negociar las condiciones, pero era el momento de prepararlo todo para Pedro. McLaren, gran colaboración, le cedió su asiento. Tardaron una hora en ajustar los pedales, el sillón, la altura del volante para salvar los cinco centímetros que separan el 1,72 generoso de Pérez del 1,77 del español.
Al poco de saltar la noticia, apareció el saliente, con poca pinta de enfermo. «Estoy bien, gracias», soltó sin detenerse al tiempo que se perdía camino del garaje.
Los expertos que le vieron en el hospital de Mónaco, que le pidieron que se quedase unos días allí descansando y también los que después le revisaron en Suiza,
se lo habían advertido. Si forzaba y tenía otro accidente, corría el riesgo de una baja prolongada, o incluso de sufrir daños irreversibles en el cerebro.
Pérez dejó Europa una semana después del Gran Premio y al día siguiente ya estaba con el presidente mexicano, Felipe Calderón, en audiencia en la residente oficial de Los Pinos. Y el martes se subió a un kart sin mayores problemas. Pero una cosa son los diminutos «go-kart» y otra los Fórmula 1 con sus violentas fuerzas G y exigentes frenadas.
Rabia contenida de «Checo» y de la cuadrilla de periodistas mexicanos que se había llegado hasta la carrera más cercana a su país. Aparecen poco a poco por las carreras, como un día hicieron los españoles al calor de Fernando Alonso. Y dolor también en las tribunas, donde decenas de banderas con el águila real aguardaban al nuevo ídolo. Era como su carrera de casa, la más próxima y también la zona vip estaba llena de invitados: de la Telmex del hombre más rico del mundo, Carlos Slim, o de la tequilera José Cuervo.
Muchos convidados pero el que podía haber salvado el orgullo patrio estaba en casa, colgado de su twitter. Esteban Gutiérrez, mexicano también y reserva habitual en Europa, adonde viaja con la GP2, se quedó con el visado concedido pero sin billete. «Estaba preparado para viajar, pero nadie me avisó». Falta de previsión la de Sauber, cuando Pérez venía tocado de Mónaco. Y el suplente ausente descargó en la red social. «Poca transparencia, me he enterado por twitter» (de que corría De la Rosa). A lo mejor pretendía que le pusieran un fax.
LNE