21-01-2011, 14:52
Emilio de Villota, el torero inglés en la Fórmula 1
"En aquella época, que un español corriera en la Fórmula 1 era como que un tío inglés quisiera torear en Inglaterra, donde no había apoderados, banderilleros, nada de nada. Era como empezar en una hoja en blanco". El nombre de Emilio de Villota quedó popularmente ligado al automovilismo en un país 'extraño' a la Fórmula 1. Porque, como aquellos pioneros americanos adentrándose con sus carretas en un desconocido 'Far West', así intentó De Villota semejante aventura en aquella España de los setenta.
En 1976, Emilio de Villota probó fortuna por primera vez en un Gran Premio de España, como el ciclista aficionado que quiere colarse en una etapa a mitad del Tour de Francia. No se clasificó. El año siguiente fue más ambicioso, pero con la precariedad como tónica dominante, y con más pasión que experiencia y medios. Pero antes debía escalar una primera y altísima montaña: lograr patrocinio en el erial que España era entonces para el automovilismo.
"Un Fórmula 1 es un coche con las ruedas fuera"
"Efectivamente, la cultura de Fórmula 1 de entonces era muy diferente a la actual", explica De Villota. '¿Dinero para la Fórmula 1? ¿Y eso qué es?', le preguntaban. "En España solo aparecía en el telediario cuando había grandes accidentes. Recuerdo que, al buscar patrocinadores, tenía que explicar que los Fórmula 1 eran aquellos coches 'con las ruedas por fuera'". El piloto español logró su primera proeza, "porque hablamos de treinta millones de pesetas de las de entonces para una temporada europea de nueve carreras".
¿Cómo en aquel páramo automovilístico fue capaz de convencer a empresas como Iberia? "En aquella época trabajaba en el Banco Ibérico como director de una sucursal, tenía controladas y visitadas a casi todas las empresas del país. Acababa un gran premio, y al día siguiente estaba visitando gente". Porque De Villota compatibilizaba las carreras con su trabajo cotidiano.
Pero tras esta primera cima, llegaba la más alta: salir a la pista. En 1977 intentó clasificarse en siete carreras. Solo lo consiguió en España y Austria. "Con ese dinero, competías en condiciones muy precarias. El equipo lo formábamos seis personas que viajábamos en coche por Europa, lo más apretados posible de horario. Salíamos el jueves por la mañana a las siete, y aparecías en Austria 24 horas después, todo sin parar, y viajando en un Ford Fiesta".
La sensaciones del torero
La aventura era quijotesca por el punto de locura al querer mezclarse entre los molinos gigantes de la Fórmula 1. "No hacíamos pretemporada y, cuando corríamos por primera vez, la gente venía de ya de cinco o seis carreras. Equipos como Ferrari o McLaren habían rodado entre diez y veinte mil kilómetros en pretemporada, más que yo en los diez años de vida deportiva". Pero había más obstáculos. "Además, Ecclestone nos hacía la vida imposible a los equipos privados y nos ponía todos los problemas posibles para que tiraras la toalla. Aunque el ambiente era bastante hostil, te hacía luchar con más ganas y más fuerza. Ahí estábamos, estresados por la diferencia de medios, pero felices".
¿Cómo vivió De Villota la Fórmula 1 de entonces? "La mayor diferencia con el presente era la seguridad. Los coches eran críticos en caso de impacto. Con los pies situados delante del eje delantero, las extremidades inferiores del piloto sufrían muchísimo en un accidente. Los depósitos de gasolina provocaban fácilmente un incendio. En aquella época, de los veintiséis pilotos sufríamos la pérdida, me da pudor decirlo, de dos pilotos por temporada. Cuando salías a una carrera, aunque parezca un poco fuerte, la sensación sería parecida a la de un torero, que no sabía si iba a volver a su casa. Sentías entre vértigo, miedo y respeto, porque veías caer compañeros tuyos en la pista. Esto ha cambiado hoy en día".
"El tendido del 7"
Villeneuve, Lauda, Jones, Andretti, Hunt… De Villota vivió de cerca una época de nombres míticos en la historia de la Fórmula 1. "En aquella época los pilotos eran superclases de forma natural. Un tío con una granja en Escocia, o un ascensorista, podía terminar en la Fórmula 1. Hoy también los hay, como Alonso, Hamilton y Vettel, pero también hay muchos de laboratorio que, a base karting, monoplazas y cuarenta o cincuenta mil kilómetros de vida deportiva se forman y se hacen grandes pilotos. Hoy todos son fuera de serie, pero creo que el talento está un poco más disminuido".
De Villota, admirablemente, seguía sacando patrocinadores de debajo de la alfombra. En 1979 bajó un escalón para competir en el campeonato Aurora, con monoplazas de Fórmula 1 del año anterior, como era la norma en su carrera. En 1980 ganó el título. En 1982, inasequible al desaliento, pero siempre en condiciones precarias como privado, volvió a intentarlo en cinco carreras europeas de la Uno. No consiguió clasificarse. Se centró en los prototipos a partir de entonces, con más éxito y satisfacciones. Pero de aquella valiente aventura le quedó un sabor amargo.
"En España, hay mucha gente del 'tendido del 7' para opinar cuando son otros los que arriesgan. En aquella primera época en la Fórmula 1, tuve muchísima ayuda de los medios de comunicación. Pero cuando los resultados no llegaban, los periodistas me criticaron muy duramente, y lo pase muy mal. Lo más difícil de aquellos años no fue la actividad tan intensa, sino las críticas tan excesivas, tan fuertes. Siempre había sido un corredor solitario, y cuando llegaron tantas críticas, me quedé más solo todavía, y con mi familia".
La perspectiva histórica que nos proporciona la Fórmula 1 hoy en España ha transformado la figura de Emilio de Villota en la de un profeta en su tierra. Al margen de los resultados, se subestimo la osadía de aquel torero inglés que, al final, se buscó él solo banderilleros y apoderado, y tuvo el valor de salir a la plaza para arrimarse al toro de la Fórmula 1. Y es que, a pesar de lo que sentencie el hispano 'tendido del 7', el tiempo siempre pone a cada uno en su sitio.
"En aquella época, que un español corriera en la Fórmula 1 era como que un tío inglés quisiera torear en Inglaterra, donde no había apoderados, banderilleros, nada de nada. Era como empezar en una hoja en blanco". El nombre de Emilio de Villota quedó popularmente ligado al automovilismo en un país 'extraño' a la Fórmula 1. Porque, como aquellos pioneros americanos adentrándose con sus carretas en un desconocido 'Far West', así intentó De Villota semejante aventura en aquella España de los setenta.
En 1976, Emilio de Villota probó fortuna por primera vez en un Gran Premio de España, como el ciclista aficionado que quiere colarse en una etapa a mitad del Tour de Francia. No se clasificó. El año siguiente fue más ambicioso, pero con la precariedad como tónica dominante, y con más pasión que experiencia y medios. Pero antes debía escalar una primera y altísima montaña: lograr patrocinio en el erial que España era entonces para el automovilismo.
"Un Fórmula 1 es un coche con las ruedas fuera"
"Efectivamente, la cultura de Fórmula 1 de entonces era muy diferente a la actual", explica De Villota. '¿Dinero para la Fórmula 1? ¿Y eso qué es?', le preguntaban. "En España solo aparecía en el telediario cuando había grandes accidentes. Recuerdo que, al buscar patrocinadores, tenía que explicar que los Fórmula 1 eran aquellos coches 'con las ruedas por fuera'". El piloto español logró su primera proeza, "porque hablamos de treinta millones de pesetas de las de entonces para una temporada europea de nueve carreras".
¿Cómo en aquel páramo automovilístico fue capaz de convencer a empresas como Iberia? "En aquella época trabajaba en el Banco Ibérico como director de una sucursal, tenía controladas y visitadas a casi todas las empresas del país. Acababa un gran premio, y al día siguiente estaba visitando gente". Porque De Villota compatibilizaba las carreras con su trabajo cotidiano.
Pero tras esta primera cima, llegaba la más alta: salir a la pista. En 1977 intentó clasificarse en siete carreras. Solo lo consiguió en España y Austria. "Con ese dinero, competías en condiciones muy precarias. El equipo lo formábamos seis personas que viajábamos en coche por Europa, lo más apretados posible de horario. Salíamos el jueves por la mañana a las siete, y aparecías en Austria 24 horas después, todo sin parar, y viajando en un Ford Fiesta".
La sensaciones del torero
La aventura era quijotesca por el punto de locura al querer mezclarse entre los molinos gigantes de la Fórmula 1. "No hacíamos pretemporada y, cuando corríamos por primera vez, la gente venía de ya de cinco o seis carreras. Equipos como Ferrari o McLaren habían rodado entre diez y veinte mil kilómetros en pretemporada, más que yo en los diez años de vida deportiva". Pero había más obstáculos. "Además, Ecclestone nos hacía la vida imposible a los equipos privados y nos ponía todos los problemas posibles para que tiraras la toalla. Aunque el ambiente era bastante hostil, te hacía luchar con más ganas y más fuerza. Ahí estábamos, estresados por la diferencia de medios, pero felices".
¿Cómo vivió De Villota la Fórmula 1 de entonces? "La mayor diferencia con el presente era la seguridad. Los coches eran críticos en caso de impacto. Con los pies situados delante del eje delantero, las extremidades inferiores del piloto sufrían muchísimo en un accidente. Los depósitos de gasolina provocaban fácilmente un incendio. En aquella época, de los veintiséis pilotos sufríamos la pérdida, me da pudor decirlo, de dos pilotos por temporada. Cuando salías a una carrera, aunque parezca un poco fuerte, la sensación sería parecida a la de un torero, que no sabía si iba a volver a su casa. Sentías entre vértigo, miedo y respeto, porque veías caer compañeros tuyos en la pista. Esto ha cambiado hoy en día".
"El tendido del 7"
Villeneuve, Lauda, Jones, Andretti, Hunt… De Villota vivió de cerca una época de nombres míticos en la historia de la Fórmula 1. "En aquella época los pilotos eran superclases de forma natural. Un tío con una granja en Escocia, o un ascensorista, podía terminar en la Fórmula 1. Hoy también los hay, como Alonso, Hamilton y Vettel, pero también hay muchos de laboratorio que, a base karting, monoplazas y cuarenta o cincuenta mil kilómetros de vida deportiva se forman y se hacen grandes pilotos. Hoy todos son fuera de serie, pero creo que el talento está un poco más disminuido".
De Villota, admirablemente, seguía sacando patrocinadores de debajo de la alfombra. En 1979 bajó un escalón para competir en el campeonato Aurora, con monoplazas de Fórmula 1 del año anterior, como era la norma en su carrera. En 1980 ganó el título. En 1982, inasequible al desaliento, pero siempre en condiciones precarias como privado, volvió a intentarlo en cinco carreras europeas de la Uno. No consiguió clasificarse. Se centró en los prototipos a partir de entonces, con más éxito y satisfacciones. Pero de aquella valiente aventura le quedó un sabor amargo.
"En España, hay mucha gente del 'tendido del 7' para opinar cuando son otros los que arriesgan. En aquella primera época en la Fórmula 1, tuve muchísima ayuda de los medios de comunicación. Pero cuando los resultados no llegaban, los periodistas me criticaron muy duramente, y lo pase muy mal. Lo más difícil de aquellos años no fue la actividad tan intensa, sino las críticas tan excesivas, tan fuertes. Siempre había sido un corredor solitario, y cuando llegaron tantas críticas, me quedé más solo todavía, y con mi familia".
La perspectiva histórica que nos proporciona la Fórmula 1 hoy en España ha transformado la figura de Emilio de Villota en la de un profeta en su tierra. Al margen de los resultados, se subestimo la osadía de aquel torero inglés que, al final, se buscó él solo banderilleros y apoderado, y tuvo el valor de salir a la plaza para arrimarse al toro de la Fórmula 1. Y es que, a pesar de lo que sentencie el hispano 'tendido del 7', el tiempo siempre pone a cada uno en su sitio.