24-07-2012, 14:32
Pues aunque me lluevan hondonadas de ostias yo creo que lo mejor sería volver a la "pela"... moneda propia que puedes devaluar si te hace falta sin tener que lamer el culo a nadie, pero no solo eso nos ayudaría a poder salir con mayor celeridad de la crisis... hay que ponerse las pilas... !!!
Leeros esto, por favor:
Se ha descrito correctamente que en estos momentos la economía española está en un proceso de devaluación interna, que se distingue de las devaluaciones típicas o externas porque ha de realizarse sin poder ajustar a la baja el valor de la moneda, ya que como ocurre ahora en España, se carece de una propia. Creo que es interesante profundizar en esta distinción entre ambos tipos de devaluación para comprender mejor lo que implica la pertenencia de España al euro y lo que está pasando en esta etapa en el país como consecuencia de ello.
Si un país tiene una moneda propia, puede devaluarla respecto a las de los demás. Este cambio es normal dentro de los procesos de adaptación del tipo de cambio a las circunstancias cambiantes de cada país. Después de la Segunda Guerra Mundial, el llamado sistema de Bretton Woods estableció precisamente unas reglas para que las devaluaciones fueran justificadas y no se convirtieran en mecanismos para lograr ventajas competitivas desleales. El Fondo Monetario Internacional (FMI) se fundó, en 1944, precisamente para supervisar esta mecánica.
Todas las devaluaciones, tanto las que realiza un país que tiene moneda propia como las que ejecutan países que no la tienen, comparten como causa decisiva la pérdida de competitividad del país afectado. Esta puede deberse a malas políticas económicas, que es la causa habitual, o a algún fenómeno sobrevenido (catástrofes naturales o guerras por ejemplo). Otra característica que comparten todas las devaluaciones es que acaban siendo los mercados los que empujan hacia ellas, bien presionando la moneda a la baja bien atacando la solvencia del país, como ocurre actualmente en la zona euro.
Hay dos características destacables de las devaluaciones externas, es decir, las de un país con moneda propia. Suelen ser rápidas en su ejecución, aunque se fragüen lentamente, y la carga del ajuste se comparte con el resto del mundo, especialmente con los mayores socios comerciales del país, a través de los flujos comerciales. Cuando se devalúa la moneda, se exporta más y se importa menos, con el consiguiente impacto positivo sobre el propio comercio y negativo sobre el de los socios comerciales. El que se comparta la carga del ajuste con los demás hace que las devaluaciones de la propia moneda sean relativamente poco traumáticas si se preparan y ejecutan bien.
CINCO DEVALUACIONES
Desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta la adopción del euro en 1999, España se vio forzada a devaluar la peseta en cinco ocasiones (1967, 1976, 1982, 1992 y 1993). Considerando las dos últimas como una sola, ya que fueron propiciadas por el mismo fenómeno de crisis dentro del sistema monetario europeo (SME), llegamos a la conclusión de que España ha necesitado, en promedio, una devaluación de la peseta cada diez años para recuperar la competitividad perdida.
Todas estas han sido devaluaciones tradicionales y han hecho el mismo recorrido. Los mercados fueron incrementando su desconfianza hacia la peseta hasta que se quebró la resistencia y se tuvo que devaluar. En general, cabe decir en honor a la verdad que estas devaluaciones fueron históricamente muy eficaces en reactivar la economía a corto plazo, con medidas fiscales y monetarias de acompañamiento generalmente bastante bien planteadas. Pero el problema a medio y largo plazo siempre ha acabado siendo el mismo: la competitividad recuperada con la devaluación de la peseta se ha vuelto a perder por falta de reformas que agilizaran y modernizaran la economía.
Esta historia explica que España acogiera el euro con entusiasmo, especialmente por parte de su clase política. En realidad, las devaluaciones de la peseta habían tenido un éxito efímero y el país había dejado de creer en ellas. Se consideró que el euro era un valor seguro que alejaba el espectro de más devaluaciones y que conseguiría finalmente la disciplina económica que nunca se había logrado a través de ellas.
Estas expectativas no se han visto cumplidas. Una vez más, se ha topado con los mismos problemas: la pérdida de competitividad de la economía, agravada por las crisis de la construcción y la financiera, yel embate de los mercados. Lo que normalmente era un ataque a la moneda española, la peseta, se ha transformado en algo más grave: un ataque a la solvencia económica del país. La primera línea de defensa, que siempre es la moneda propia, no existe y por esto el ataque es ahora más profundo, como estamos comprobando en toda la periferia de Europa.
Ante la imposibilidad de devaluar una inexistente moneda propia, a España y demás países afectados nos les queda otra opción que recuperar la competitividad perdida y la confianza de los mercados internamente (de ahí el nombre de devaluación interna) a través de un plan de ajuste. La reducción de costes respecto a terceros países que se consigue con una devaluación de la moneda, debe lograrse, a falta de esta, con una fuerte compresión interna de costes que pasa por una inevitable fase de recesión o, en el mejor de los casos, de estancamiento de la economía.
PROCESOS COSTOSOS
Las devaluaciones internas, como la que está atravesando España, son procesos costosos, de fuerte impacto social y largos. Son costosos porque no se puede compartir la carga con los demás como en la devaluación de la propia moneda. Es más, la actual crisis del euro demuestra que la ayuda financiera de los socios, cuando es necesaria, se consigue en condiciones verdaderamente leoninas. El impacto social es muy duro porque, ante la inflexibilidad de los salarios, el coste más importante para las empresas, el peso del ajuste acaba traduciéndose en una enorme expulsión de mano de obra hacia el paro. Y la devaluación interna toma mucho tiempo porque la austeridad que requiere se traduce en negociaciones y enfrentamientos interminables.
España ha participado en todos los sistemas cambiarios de la posguerra: el de paridades de Bretton Woods, el de flotación, el mecanismo de cambios del SME y, desde 1999, como integrante del euro. En todos los casos, hemos tropezado con la misma piedra: la pérdida progresiva de competitividad respecto al resto del mundo y la necesidad de recuperarla a través de una devaluación, cuyos efectos se han vuelto a desvanecer al cabo de unos años.
Esta piedra en la que tropieza una y otra vez la economía española es su incapacidad, como he señalado en varios artículos anteriores, de reformarse y homologarse con las economías avanzadas. El euro debería habernos convencido de una vez por todas de que no hay remedios mágicos. Haberlo creído nos está costando muy caro.
Joaquim Muns. Catedrático de OEI en la UB.
Leeros esto, por favor:
Se ha descrito correctamente que en estos momentos la economía española está en un proceso de devaluación interna, que se distingue de las devaluaciones típicas o externas porque ha de realizarse sin poder ajustar a la baja el valor de la moneda, ya que como ocurre ahora en España, se carece de una propia. Creo que es interesante profundizar en esta distinción entre ambos tipos de devaluación para comprender mejor lo que implica la pertenencia de España al euro y lo que está pasando en esta etapa en el país como consecuencia de ello.
Si un país tiene una moneda propia, puede devaluarla respecto a las de los demás. Este cambio es normal dentro de los procesos de adaptación del tipo de cambio a las circunstancias cambiantes de cada país. Después de la Segunda Guerra Mundial, el llamado sistema de Bretton Woods estableció precisamente unas reglas para que las devaluaciones fueran justificadas y no se convirtieran en mecanismos para lograr ventajas competitivas desleales. El Fondo Monetario Internacional (FMI) se fundó, en 1944, precisamente para supervisar esta mecánica.
Todas las devaluaciones, tanto las que realiza un país que tiene moneda propia como las que ejecutan países que no la tienen, comparten como causa decisiva la pérdida de competitividad del país afectado. Esta puede deberse a malas políticas económicas, que es la causa habitual, o a algún fenómeno sobrevenido (catástrofes naturales o guerras por ejemplo). Otra característica que comparten todas las devaluaciones es que acaban siendo los mercados los que empujan hacia ellas, bien presionando la moneda a la baja bien atacando la solvencia del país, como ocurre actualmente en la zona euro.
Hay dos características destacables de las devaluaciones externas, es decir, las de un país con moneda propia. Suelen ser rápidas en su ejecución, aunque se fragüen lentamente, y la carga del ajuste se comparte con el resto del mundo, especialmente con los mayores socios comerciales del país, a través de los flujos comerciales. Cuando se devalúa la moneda, se exporta más y se importa menos, con el consiguiente impacto positivo sobre el propio comercio y negativo sobre el de los socios comerciales. El que se comparta la carga del ajuste con los demás hace que las devaluaciones de la propia moneda sean relativamente poco traumáticas si se preparan y ejecutan bien.
CINCO DEVALUACIONES
Desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta la adopción del euro en 1999, España se vio forzada a devaluar la peseta en cinco ocasiones (1967, 1976, 1982, 1992 y 1993). Considerando las dos últimas como una sola, ya que fueron propiciadas por el mismo fenómeno de crisis dentro del sistema monetario europeo (SME), llegamos a la conclusión de que España ha necesitado, en promedio, una devaluación de la peseta cada diez años para recuperar la competitividad perdida.
Todas estas han sido devaluaciones tradicionales y han hecho el mismo recorrido. Los mercados fueron incrementando su desconfianza hacia la peseta hasta que se quebró la resistencia y se tuvo que devaluar. En general, cabe decir en honor a la verdad que estas devaluaciones fueron históricamente muy eficaces en reactivar la economía a corto plazo, con medidas fiscales y monetarias de acompañamiento generalmente bastante bien planteadas. Pero el problema a medio y largo plazo siempre ha acabado siendo el mismo: la competitividad recuperada con la devaluación de la peseta se ha vuelto a perder por falta de reformas que agilizaran y modernizaran la economía.
Esta historia explica que España acogiera el euro con entusiasmo, especialmente por parte de su clase política. En realidad, las devaluaciones de la peseta habían tenido un éxito efímero y el país había dejado de creer en ellas. Se consideró que el euro era un valor seguro que alejaba el espectro de más devaluaciones y que conseguiría finalmente la disciplina económica que nunca se había logrado a través de ellas.
Estas expectativas no se han visto cumplidas. Una vez más, se ha topado con los mismos problemas: la pérdida de competitividad de la economía, agravada por las crisis de la construcción y la financiera, yel embate de los mercados. Lo que normalmente era un ataque a la moneda española, la peseta, se ha transformado en algo más grave: un ataque a la solvencia económica del país. La primera línea de defensa, que siempre es la moneda propia, no existe y por esto el ataque es ahora más profundo, como estamos comprobando en toda la periferia de Europa.
Ante la imposibilidad de devaluar una inexistente moneda propia, a España y demás países afectados nos les queda otra opción que recuperar la competitividad perdida y la confianza de los mercados internamente (de ahí el nombre de devaluación interna) a través de un plan de ajuste. La reducción de costes respecto a terceros países que se consigue con una devaluación de la moneda, debe lograrse, a falta de esta, con una fuerte compresión interna de costes que pasa por una inevitable fase de recesión o, en el mejor de los casos, de estancamiento de la economía.
PROCESOS COSTOSOS
Las devaluaciones internas, como la que está atravesando España, son procesos costosos, de fuerte impacto social y largos. Son costosos porque no se puede compartir la carga con los demás como en la devaluación de la propia moneda. Es más, la actual crisis del euro demuestra que la ayuda financiera de los socios, cuando es necesaria, se consigue en condiciones verdaderamente leoninas. El impacto social es muy duro porque, ante la inflexibilidad de los salarios, el coste más importante para las empresas, el peso del ajuste acaba traduciéndose en una enorme expulsión de mano de obra hacia el paro. Y la devaluación interna toma mucho tiempo porque la austeridad que requiere se traduce en negociaciones y enfrentamientos interminables.
España ha participado en todos los sistemas cambiarios de la posguerra: el de paridades de Bretton Woods, el de flotación, el mecanismo de cambios del SME y, desde 1999, como integrante del euro. En todos los casos, hemos tropezado con la misma piedra: la pérdida progresiva de competitividad respecto al resto del mundo y la necesidad de recuperarla a través de una devaluación, cuyos efectos se han vuelto a desvanecer al cabo de unos años.
Esta piedra en la que tropieza una y otra vez la economía española es su incapacidad, como he señalado en varios artículos anteriores, de reformarse y homologarse con las economías avanzadas. El euro debería habernos convencido de una vez por todas de que no hay remedios mágicos. Haberlo creído nos está costando muy caro.
Joaquim Muns. Catedrático de OEI en la UB.
@salvarub