08-02-2011, 00:09
11- El aparcacoches
Publicado el 02/02/2011 por Carlos Castellá
En el hotel Conrad-Hilton Ron Dennis, con probablemente alguien más del equipo, le dejó bien claro a Lewis Hamilton cual era su papel, y lo que esperaban de él tras su desobediencia en Hungría: cumplimiento a rajatabla de las ordenes que recibiera, fueran cuales fueran.
Y Hamilton y su papuchi tuvieron que bajar la cabeza, asentir, aceptar y callar. Se estaban empezando a emborrachar de éxito, y Dennis no podía consentirlo, y menos en un año como aquel. Mientras él tenía que estar jugándose su prestigio y su dignidad para salvar la obra de su vida por culpa de los errores cometidos por algunos de sus ingenieros, con el agravante personal de que su mujer le estaba pidiendo el divorcio en el que sin duda fue su “annus horribilis”, aquellos dos se estaban convirtiendo en figuritas mundiales con una atención mediática desconocida hasta la fecha. Tenía que dejarles las cosas muy claras, y así lo hizo.
Tras escribir hasta aquí, y tras darle muchas vueltas al tema, llego a la conclusión de que Hamilton nunca supo que no iba a ganar el campeonato. Pienso que había demasiado en juego, Dennis no podía poner el destino de todo en manos de un chico de 21 años, y no podía, en modo alguno, fiarse de su padre. Así que la estratagema antes del GP de China debió ser distinta: convencieron a los Hamilton de que, aunque matemáticamente era posible, era muy peligroso ganar el título con una carrera de antelación.
El argumento pudo ser que ganar en China habría provocado la furia de Ferrari, que sin duda habría presentado alguna reclamación, algo que Mosley y Scott-Andrews habrían aceptado de buen grado. Y lo que era peor, su mayor valedor, Ecclestone, no se habría opuesto, ya que su interés siempre es que el mundial se decida en la última carrera. Ya ocurrió algo parecido en 1999, cuando la FIA desautorizó a sus propios comisarios, que habían excluido a los Ferrari, devolviéndolos a la clasificación para que el mundial se decidiera en el último gran premio, precisamente el año de Irvine. Con aquella exclusión Häkkinen ya era campeón, pero Ecclestone y Mosley se las apañaron para anular la decisión de sus propios empleados. Con semejante precedente, y con todo lo que había pasado durante el año, Dennis no quería volver a tener un litigo con la FIA, era mejor que todo pareciera natural.
Así que no es descabellado pensar que les convencieron de que, con 17 puntos de ventaja, no pasaba nada por abandonar en China y dejarlo todo para la última carrera. Debieron prever varias opciones para ello, pero seguro que el jueves, en la tradicional vuelta a pie, estudiaron concienzudamente la puzzolana de la entrada a boxes. Era el lugar más fácil y cómodo de aparcar sin demasiado peligro, ni físico para el piloto, ni mecánico para el coche.
Y cuando en carrera, pese a mantener a Hamilton varias vueltas más de lo aconsejable con unos neumáticos degradados (esperando probablemente el pinchazo o reventón sin que este llegara) avisaron a Lewis de que entraba en acción el plan previsto (no se si era el A, el B o el C, pero que estaba previsto, seguro), Hamilton enfiló el camino de boxes, pero no giró, siguió recto para meter el coche en el improvisado “parking” y dejarlo ahí.
Cualquier piloto de monoplazas, no ya de F.1, sino de cualquier modalidad que vea aquellas imágenes, corroborará lo que muchos pensamos en aquel momento, y volvemos a pensar cada vez que vemos la salida de pista: Hamilton va directo a su objetivo, que es dejar el coche en la trampa de piedras. Y además, cuando ya está en ella, hace lo último que hay que hacer en una circunstancia como esa: pegar un acelerón violento, porque es entonces cuando el coche se clava en la grava y se queda “enganchao”.
Y más: a los poco minutos, Hamilton estaba en el muro haciéndose unas risas y saludándose con todo el personal, sin duda celebrando la perfecta ejecución del plan. Un piloto que comete un error de bulto como ese, se encierra en el hospitality y se encierra en si mismo, necesita un largo rato para asumir su error y sus consecuencias, y no sale hasta que se recupera anímicamente. También espera a que los Relaciones Públicas le asesoren sobre lo que hay que decir.
Comparad su actitud con la de Mark Webber en Corea tras su salida de pista, mucho más propia de un piloto que acaba de tirar por la borda la mitad de sus opciones a ganar el campeonato del mundo. Claro que Hamilton no creía haber tirado nada, simplemente era un plan para darle más emoción a la última carrera, y más mérito a su título. Al menos eso pensaba él, o eso le hicieron creer. Seguía siendo líder con 107 puntos, por 103 de Alonso y 100 de Raikkonen, era fácil, muy fácil.
Así que confiando plenamente en sí mismo y en el equipo, se preparó para la última cita del campeonato, en la que era el claro favorito, a pesar de que la tensión en McLaren seguía siendo extrema. El cruce de acusaciones entre Dennis y Alonso seguía carrera a carrera, y hasta el inglés llegó a declarar que estaban luchando contra Alonso, no contra Raikkonen, en alusión a que el asturiano era el principal enemigo de Hamilton, y probablemente quien pondría más empeño en evitar que éste ganara el título. Una manera muy sutil de aceptar que McLaren acabaría perdiendo el campeonato por su propia culpa, pero no por pactos secretos o estratagemas oscuras, sino porque Alonso estaba empeñado en ello. Así la prensa inglesa tendría, aún más si cabe, el nombre del culpable de lo que iba a pasar.
Antes de la carrera debieron aleccionar muy bien a Hamilton sobre la imperiosa necesidad de pulsar el botón de color tal cuando se lo pidiera su ingeniero. Sin embargo ello estuvo a punto de no hacer falta, ya que en la salida faltó muy poco para que se tocara con Alonso, lo que le hizo perder varias posiciones. Pero aún estaba demasiado cerca de los primeros puestos, y era imprescindible que quedara lejos de ellos para que el título se lo llevara Raikkonen si ganaba la carrera. Así que cuando la situación se estabilizó, en el muro debieron pensar que había llegado el momento adecuado: su ingeniero le dio la orden y Lewis apretó el fatídico botón de color tal.
Después de la reunión del Hotel de Turquía, Hamilton ya no incumplió ninguna orden más. Su obediencia acababa de costarle el título.
Publicado el 02/02/2011 por Carlos Castellá
En el hotel Conrad-Hilton Ron Dennis, con probablemente alguien más del equipo, le dejó bien claro a Lewis Hamilton cual era su papel, y lo que esperaban de él tras su desobediencia en Hungría: cumplimiento a rajatabla de las ordenes que recibiera, fueran cuales fueran.
Y Hamilton y su papuchi tuvieron que bajar la cabeza, asentir, aceptar y callar. Se estaban empezando a emborrachar de éxito, y Dennis no podía consentirlo, y menos en un año como aquel. Mientras él tenía que estar jugándose su prestigio y su dignidad para salvar la obra de su vida por culpa de los errores cometidos por algunos de sus ingenieros, con el agravante personal de que su mujer le estaba pidiendo el divorcio en el que sin duda fue su “annus horribilis”, aquellos dos se estaban convirtiendo en figuritas mundiales con una atención mediática desconocida hasta la fecha. Tenía que dejarles las cosas muy claras, y así lo hizo.
Tras escribir hasta aquí, y tras darle muchas vueltas al tema, llego a la conclusión de que Hamilton nunca supo que no iba a ganar el campeonato. Pienso que había demasiado en juego, Dennis no podía poner el destino de todo en manos de un chico de 21 años, y no podía, en modo alguno, fiarse de su padre. Así que la estratagema antes del GP de China debió ser distinta: convencieron a los Hamilton de que, aunque matemáticamente era posible, era muy peligroso ganar el título con una carrera de antelación.
El argumento pudo ser que ganar en China habría provocado la furia de Ferrari, que sin duda habría presentado alguna reclamación, algo que Mosley y Scott-Andrews habrían aceptado de buen grado. Y lo que era peor, su mayor valedor, Ecclestone, no se habría opuesto, ya que su interés siempre es que el mundial se decida en la última carrera. Ya ocurrió algo parecido en 1999, cuando la FIA desautorizó a sus propios comisarios, que habían excluido a los Ferrari, devolviéndolos a la clasificación para que el mundial se decidiera en el último gran premio, precisamente el año de Irvine. Con aquella exclusión Häkkinen ya era campeón, pero Ecclestone y Mosley se las apañaron para anular la decisión de sus propios empleados. Con semejante precedente, y con todo lo que había pasado durante el año, Dennis no quería volver a tener un litigo con la FIA, era mejor que todo pareciera natural.
Así que no es descabellado pensar que les convencieron de que, con 17 puntos de ventaja, no pasaba nada por abandonar en China y dejarlo todo para la última carrera. Debieron prever varias opciones para ello, pero seguro que el jueves, en la tradicional vuelta a pie, estudiaron concienzudamente la puzzolana de la entrada a boxes. Era el lugar más fácil y cómodo de aparcar sin demasiado peligro, ni físico para el piloto, ni mecánico para el coche.
Y cuando en carrera, pese a mantener a Hamilton varias vueltas más de lo aconsejable con unos neumáticos degradados (esperando probablemente el pinchazo o reventón sin que este llegara) avisaron a Lewis de que entraba en acción el plan previsto (no se si era el A, el B o el C, pero que estaba previsto, seguro), Hamilton enfiló el camino de boxes, pero no giró, siguió recto para meter el coche en el improvisado “parking” y dejarlo ahí.
Cualquier piloto de monoplazas, no ya de F.1, sino de cualquier modalidad que vea aquellas imágenes, corroborará lo que muchos pensamos en aquel momento, y volvemos a pensar cada vez que vemos la salida de pista: Hamilton va directo a su objetivo, que es dejar el coche en la trampa de piedras. Y además, cuando ya está en ella, hace lo último que hay que hacer en una circunstancia como esa: pegar un acelerón violento, porque es entonces cuando el coche se clava en la grava y se queda “enganchao”.
Y más: a los poco minutos, Hamilton estaba en el muro haciéndose unas risas y saludándose con todo el personal, sin duda celebrando la perfecta ejecución del plan. Un piloto que comete un error de bulto como ese, se encierra en el hospitality y se encierra en si mismo, necesita un largo rato para asumir su error y sus consecuencias, y no sale hasta que se recupera anímicamente. También espera a que los Relaciones Públicas le asesoren sobre lo que hay que decir.
Comparad su actitud con la de Mark Webber en Corea tras su salida de pista, mucho más propia de un piloto que acaba de tirar por la borda la mitad de sus opciones a ganar el campeonato del mundo. Claro que Hamilton no creía haber tirado nada, simplemente era un plan para darle más emoción a la última carrera, y más mérito a su título. Al menos eso pensaba él, o eso le hicieron creer. Seguía siendo líder con 107 puntos, por 103 de Alonso y 100 de Raikkonen, era fácil, muy fácil.
Así que confiando plenamente en sí mismo y en el equipo, se preparó para la última cita del campeonato, en la que era el claro favorito, a pesar de que la tensión en McLaren seguía siendo extrema. El cruce de acusaciones entre Dennis y Alonso seguía carrera a carrera, y hasta el inglés llegó a declarar que estaban luchando contra Alonso, no contra Raikkonen, en alusión a que el asturiano era el principal enemigo de Hamilton, y probablemente quien pondría más empeño en evitar que éste ganara el título. Una manera muy sutil de aceptar que McLaren acabaría perdiendo el campeonato por su propia culpa, pero no por pactos secretos o estratagemas oscuras, sino porque Alonso estaba empeñado en ello. Así la prensa inglesa tendría, aún más si cabe, el nombre del culpable de lo que iba a pasar.
Antes de la carrera debieron aleccionar muy bien a Hamilton sobre la imperiosa necesidad de pulsar el botón de color tal cuando se lo pidiera su ingeniero. Sin embargo ello estuvo a punto de no hacer falta, ya que en la salida faltó muy poco para que se tocara con Alonso, lo que le hizo perder varias posiciones. Pero aún estaba demasiado cerca de los primeros puestos, y era imprescindible que quedara lejos de ellos para que el título se lo llevara Raikkonen si ganaba la carrera. Así que cuando la situación se estabilizó, en el muro debieron pensar que había llegado el momento adecuado: su ingeniero le dio la orden y Lewis apretó el fatídico botón de color tal.
Después de la reunión del Hotel de Turquía, Hamilton ya no incumplió ninguna orden más. Su obediencia acababa de costarle el título.
"Fernando es como Ferrari,no afloja nunca,siempre a fondo"