30-06-2013, 12:14
La F1 actual no tiene remedio. Lleva incrustado en su genética el gen dominante de la FOM (léase Bernie) que marca su comportamiento. Esta F1 no es la de la época de Don Enzo Anselmo Ferrari, cuando los equipos y la FIA se las apañaban para montar un tinglado a medio camino entre la bohemia y la pasión por el motor, y la tragedia por el riesgo, pasando por todo tipo de maniobras y trapacerías para engañar y sacar ventaja de tus argucias técnicas sin que los demás te las descubrieran. Hoy nos parecen hasta infantiles aquellas prácticas comparadas con las operaciones estratégicas que se montan en el circo que nos ofrecen los vendedores de ilusiones actuales.
Desgraciadamente, hoy en día, a la F1 la mueven los intereses, pero no los de los equipos, ni los de la FIA, ni siquiera los de los patrocinadores. Todos estos son meros comparsas en un escenario de marionetas dirigido por la FOM y sus intereses económicos. Y luego estamos nosotros, el público, los aficionados, a los que nos vienen a vender una imagen de deportividad, de honestidad en la lucha, de que todo esto está bajo el gobierno necesario para que quien gane sea el mejor de los mejores, tras una pelea justa. Pero nada más lejos de la realidad. La FIA no garantiza una competición leal, es arbitraria en su proceder y sus órganos superiores no imparten justicia, sino favores. Toda aplicación reglamentaria que llevan a cabo rechinaría jurídicamente en cualquier juzgado ordinario de cualquier estado de derecho, por poca tradición democrática que tuviese.
Los equipos, según de quién se trate, tiene un puesto distinto en la función. Ferrari, la imprescindible, la que más cobra del negocio de la FOM, traga con todo lo que le venga, a favor o en contra. Ha renunciado a cualquier actitud de crítica de un sistema que parece venirle bien. Si Don Enzo Anselmo levantase la cabeza, los corría a todos a gorrazos, empezando por Montezemolo (que ni es “de” ni es na) y siguiendo por Domenicali y por cualquier otro que no se presentase al trabajo cada mañana con una idea nueva sobre cómo hacer correr a ese maldito F138, sea legal o ilegal.
Luego están los de la bebida energética, que maldito lo que necesitan del dinero de la FOM, porque son tan chulos que se permiten el lujo de poner ellos la pasta para que competiciones al borde la muerte resuciten para mayor gloria de la FIA y del negocio del motor. A semejante mecenas, ¿cómo le puede ir mal en una competición como la F1 actual? ¿Cuántos litros, de esa súper bebida hay que vender para tener tal poderío? Alguien debe estar bebiéndola por arrobas para proporcionar semejantes beneficios al austriaco mal encarado.
Y luego están los pilotos, esos ojitos que se mueven dentro de las cabezas de las marionetas, que tienen un cierto grado de libertad para ser ellos mismos en la pista, pero que no pueden salirse de la órbita establecida. Son los que le dan algo de vida a la marioneta, dentro de sus posibilidades, a cambio de algún momento de gloria -que suele ser pasajero- salvo que te llames Sebas y cabalgues a lomos de “Mandy la caliente”.
A Fernando, un piloto noble y luchador le ha tocado vivir, desde el punto de vista de su esencia, la peor F1 de la historia conocida. Digo conocida porque todo es susceptible de empeorar. Ahora se estará debatiendo entre seguir siendo el ojito vivaracho que da vida a la marioneta inerte que anima el espectáculo, o salta de la órbita en que se encuentra incrustado y “que le den” a la marioneta y al marionetista. Hasta aquí hemos llegado.
Desgraciadamente, hoy en día, a la F1 la mueven los intereses, pero no los de los equipos, ni los de la FIA, ni siquiera los de los patrocinadores. Todos estos son meros comparsas en un escenario de marionetas dirigido por la FOM y sus intereses económicos. Y luego estamos nosotros, el público, los aficionados, a los que nos vienen a vender una imagen de deportividad, de honestidad en la lucha, de que todo esto está bajo el gobierno necesario para que quien gane sea el mejor de los mejores, tras una pelea justa. Pero nada más lejos de la realidad. La FIA no garantiza una competición leal, es arbitraria en su proceder y sus órganos superiores no imparten justicia, sino favores. Toda aplicación reglamentaria que llevan a cabo rechinaría jurídicamente en cualquier juzgado ordinario de cualquier estado de derecho, por poca tradición democrática que tuviese.
Los equipos, según de quién se trate, tiene un puesto distinto en la función. Ferrari, la imprescindible, la que más cobra del negocio de la FOM, traga con todo lo que le venga, a favor o en contra. Ha renunciado a cualquier actitud de crítica de un sistema que parece venirle bien. Si Don Enzo Anselmo levantase la cabeza, los corría a todos a gorrazos, empezando por Montezemolo (que ni es “de” ni es na) y siguiendo por Domenicali y por cualquier otro que no se presentase al trabajo cada mañana con una idea nueva sobre cómo hacer correr a ese maldito F138, sea legal o ilegal.
Luego están los de la bebida energética, que maldito lo que necesitan del dinero de la FOM, porque son tan chulos que se permiten el lujo de poner ellos la pasta para que competiciones al borde la muerte resuciten para mayor gloria de la FIA y del negocio del motor. A semejante mecenas, ¿cómo le puede ir mal en una competición como la F1 actual? ¿Cuántos litros, de esa súper bebida hay que vender para tener tal poderío? Alguien debe estar bebiéndola por arrobas para proporcionar semejantes beneficios al austriaco mal encarado.
Y luego están los pilotos, esos ojitos que se mueven dentro de las cabezas de las marionetas, que tienen un cierto grado de libertad para ser ellos mismos en la pista, pero que no pueden salirse de la órbita establecida. Son los que le dan algo de vida a la marioneta, dentro de sus posibilidades, a cambio de algún momento de gloria -que suele ser pasajero- salvo que te llames Sebas y cabalgues a lomos de “Mandy la caliente”.
A Fernando, un piloto noble y luchador le ha tocado vivir, desde el punto de vista de su esencia, la peor F1 de la historia conocida. Digo conocida porque todo es susceptible de empeorar. Ahora se estará debatiendo entre seguir siendo el ojito vivaracho que da vida a la marioneta inerte que anima el espectáculo, o salta de la órbita en que se encuentra incrustado y “que le den” a la marioneta y al marionetista. Hasta aquí hemos llegado.