23-05-2011, 10:11
De la edición impresa de El Mundo:
FERNANDO ALONSO
Del éxtasis al limbo
Firma en Montmeló una de las mejores salidas de su vida, pero después sufre en un Ferrari sin respuestas / Termina quinto, doblado por el ganador, Vettel, y por Hamilton.
JAIME RODRÍGUEZ / Montmeló
Enviado especial
En el salón de casa, la familia con el chico, agotado tras la faena. Un amigo de pie, los padres enfrente en el sofá y su mujer sentada en el brazo de su sillón. Encantado con los suyos, los que le entienden y sufren por él. Los que le apoyan en su plan titánico de levantar a Ferrari, donde ha entrado en mala época. Esto es largo, piensa, le quedan años, sabe, y el éxito llegará, está seguro, aunque le toquen tardes durísimas como la de ayer, donde sólo encontrar consuelo en su clan, de charla distraída a la hora del café, en la planta noble del pabellón de Ferrari en el circuito de Montmeló. De su pleno convencimiento surge el compromiso prolongado hasta dentro de un lustro –como mínimo– con una escudería que ahora mismo necesita reaccionar para ofrecer a su piloto jefe un coche a la altura.
Hasta ese momento, que de no llegar en las próximas tres carreras arruinará por completo el año, a Alonso le queda gritar fuerte que merece más. El Gran Premio de España lo cerró su figura central con un par de capotazos para enmarcar, diluidos después en una maquinaria mediocre, lenta, sin agarre en las curvas, sobre todo en ese tercer sector del recorrido que era un auténtico martirio para el asturiano. Sin uñas, el Ferrari desliza, gasta suela y se queda sin oxígeno, cada vez más pesado, cada vez más ingobernable, cayendo poco a poco hacia atrás, a los pies de enemigos insaciables que no perdonan, que incluso a falta de una vuelta para el final se permiten el lujo de doblarle en su territorio. Humillación del ganador habitual, Sebastian Vettel, y de su infatigable perseguidor, Lewis Hamilton, segundo en la meta.
En un trazado poco simpático con la configuración del Ferrari, que prefiere pistas con rectas poderosas, el rendimiento de la máquina fue desplomándose giro a giro, con peores respuestas de las esperadas, falto de la aerodinámica necesaria para escapar de los ángulos con brío. La decepción de las tribunas era mayúscula tras haber vibrado bajo el semáforo, donde Alonso dio marcha atrás al reloj de su historial. Era un coche rojo, pero parecía azul celeste, como aquel Renault ganador con el que conseguía planear entre rivales en remontadas asombrosas. Ayer, en los 600 metros de recta inicial de Montmeló, el español firmó una de las mejores salidas de su historia, sin duda la más espectacular
desde que llegó a Ferrari.
Minutos antes de subirse al coche, entre abrazos a políticos, citas con Botín para jugar al golf, y mil fotos en el descontrol y la farándula que supone la parrilla, plaza abarrotada, Alonso miraba y remiraba el horizonte del asfalto y aquella cerrada curva que esperaba al final, lugar elegido para la emboscada. Su única opción de pelear con los favoritos era recuperar algunos cuerpos en la apertura de la carrera. En esta ocasión el embrague funcionó en su punto justo, el tiempo de reacción cuadró y fue sagaz para aprovechar el rebufo de Vettel, lanzado hacia la cabeza. Le siguió sin miedo, como había avisado que haría, primero superando a Lewis Hamilton y después a Mark Webber, intimidado por el ataque doble del monoplaza italiano (por la derecha) y su compañero (izquierda). Zigzagueo de moscardones, al límite, sin gestos sucios, pero todos con decisión en una de las imágenes más atractivas de este espectáculo: el berreo de máquinas de 700 caballos cogiendo velocidad totalmente desbocados.
Alonso saltó de la cuarta plaza a la primera en un acelerón brutal, pasando a centímetros de los demás, protegiendo con el codo la primera curva a derechas, donde llegó líder. Una maniobra espectacular de sangre fría y ambición, por dar el gusto a las gradas y dárselo así mismo, por recordar a todos que no se le ha olvidado partir con poderío. Descorche ruidoso para una fiesta que quedó aguada en amargura al descubrirse el verdadero nivel del monoplaza, por debajo de su piloto. El asturiano resistió durante casi 20 vueltas al frente, pero sabía, impotente, que era nadar para ahogarse más pronto que tarde ante ese coche que bufaba tras él, a medio segundo, con el que salvó los muebles en la primera parada, pero ante el que tuvo que ceder la antorcha en la segunda pasada por los garajes, donde Lewis Hamilton también le superó sin problemas.
Mantenía el podio a mitad del camino, pero la presión de Mark Webber era incansable. El coche energético tenía mejor ritmo y más soluciones. Aguantó Alonso como pudo, tirando del kers y resistiendo en la recta de meta. Se cruzó un par de pasadas con el australiano, mientras por detrás llegaba lanzado Jenson Button, el más listo con su estrategia a tres paradas –una menos que el resto de aspirantes– que le llevó directo al tercer escalón de honor. Al ferrarista, perdido con las ruedas duras, todavía le quedaba el mal trago de ver primero cómo le empujaba al quinto puesto Webber y después, el golpe bajo de ser doblado por Hamilton y Vettel, en duelo abierto por el triunfo.
EL MUNDO
FERNANDO ALONSO
Del éxtasis al limbo
Firma en Montmeló una de las mejores salidas de su vida, pero después sufre en un Ferrari sin respuestas / Termina quinto, doblado por el ganador, Vettel, y por Hamilton.
JAIME RODRÍGUEZ / Montmeló
Enviado especial
En el salón de casa, la familia con el chico, agotado tras la faena. Un amigo de pie, los padres enfrente en el sofá y su mujer sentada en el brazo de su sillón. Encantado con los suyos, los que le entienden y sufren por él. Los que le apoyan en su plan titánico de levantar a Ferrari, donde ha entrado en mala época. Esto es largo, piensa, le quedan años, sabe, y el éxito llegará, está seguro, aunque le toquen tardes durísimas como la de ayer, donde sólo encontrar consuelo en su clan, de charla distraída a la hora del café, en la planta noble del pabellón de Ferrari en el circuito de Montmeló. De su pleno convencimiento surge el compromiso prolongado hasta dentro de un lustro –como mínimo– con una escudería que ahora mismo necesita reaccionar para ofrecer a su piloto jefe un coche a la altura.
Hasta ese momento, que de no llegar en las próximas tres carreras arruinará por completo el año, a Alonso le queda gritar fuerte que merece más. El Gran Premio de España lo cerró su figura central con un par de capotazos para enmarcar, diluidos después en una maquinaria mediocre, lenta, sin agarre en las curvas, sobre todo en ese tercer sector del recorrido que era un auténtico martirio para el asturiano. Sin uñas, el Ferrari desliza, gasta suela y se queda sin oxígeno, cada vez más pesado, cada vez más ingobernable, cayendo poco a poco hacia atrás, a los pies de enemigos insaciables que no perdonan, que incluso a falta de una vuelta para el final se permiten el lujo de doblarle en su territorio. Humillación del ganador habitual, Sebastian Vettel, y de su infatigable perseguidor, Lewis Hamilton, segundo en la meta.
En un trazado poco simpático con la configuración del Ferrari, que prefiere pistas con rectas poderosas, el rendimiento de la máquina fue desplomándose giro a giro, con peores respuestas de las esperadas, falto de la aerodinámica necesaria para escapar de los ángulos con brío. La decepción de las tribunas era mayúscula tras haber vibrado bajo el semáforo, donde Alonso dio marcha atrás al reloj de su historial. Era un coche rojo, pero parecía azul celeste, como aquel Renault ganador con el que conseguía planear entre rivales en remontadas asombrosas. Ayer, en los 600 metros de recta inicial de Montmeló, el español firmó una de las mejores salidas de su historia, sin duda la más espectacular
desde que llegó a Ferrari.
Minutos antes de subirse al coche, entre abrazos a políticos, citas con Botín para jugar al golf, y mil fotos en el descontrol y la farándula que supone la parrilla, plaza abarrotada, Alonso miraba y remiraba el horizonte del asfalto y aquella cerrada curva que esperaba al final, lugar elegido para la emboscada. Su única opción de pelear con los favoritos era recuperar algunos cuerpos en la apertura de la carrera. En esta ocasión el embrague funcionó en su punto justo, el tiempo de reacción cuadró y fue sagaz para aprovechar el rebufo de Vettel, lanzado hacia la cabeza. Le siguió sin miedo, como había avisado que haría, primero superando a Lewis Hamilton y después a Mark Webber, intimidado por el ataque doble del monoplaza italiano (por la derecha) y su compañero (izquierda). Zigzagueo de moscardones, al límite, sin gestos sucios, pero todos con decisión en una de las imágenes más atractivas de este espectáculo: el berreo de máquinas de 700 caballos cogiendo velocidad totalmente desbocados.
Alonso saltó de la cuarta plaza a la primera en un acelerón brutal, pasando a centímetros de los demás, protegiendo con el codo la primera curva a derechas, donde llegó líder. Una maniobra espectacular de sangre fría y ambición, por dar el gusto a las gradas y dárselo así mismo, por recordar a todos que no se le ha olvidado partir con poderío. Descorche ruidoso para una fiesta que quedó aguada en amargura al descubrirse el verdadero nivel del monoplaza, por debajo de su piloto. El asturiano resistió durante casi 20 vueltas al frente, pero sabía, impotente, que era nadar para ahogarse más pronto que tarde ante ese coche que bufaba tras él, a medio segundo, con el que salvó los muebles en la primera parada, pero ante el que tuvo que ceder la antorcha en la segunda pasada por los garajes, donde Lewis Hamilton también le superó sin problemas.
Mantenía el podio a mitad del camino, pero la presión de Mark Webber era incansable. El coche energético tenía mejor ritmo y más soluciones. Aguantó Alonso como pudo, tirando del kers y resistiendo en la recta de meta. Se cruzó un par de pasadas con el australiano, mientras por detrás llegaba lanzado Jenson Button, el más listo con su estrategia a tres paradas –una menos que el resto de aspirantes– que le llevó directo al tercer escalón de honor. Al ferrarista, perdido con las ruedas duras, todavía le quedaba el mal trago de ver primero cómo le empujaba al quinto puesto Webber y después, el golpe bajo de ser doblado por Hamilton y Vettel, en duelo abierto por el triunfo.
EL MUNDO
" creo que he pasado toda mi vida, los nueve últimos años de mi carrera en la Fórmula 1 preparándome para este momento, para estar listo. Al fin ha llegado." Fernando Alonso (30/09/09)