“Alguien podrá pensar a cerca de qué tipo de trampa mental traiciona a una persona para cambiar el sofá de su casa, la calidez del fuego de la chimenea del salón, la compañía y el olor de los seres queridos, por una experiencia en la que existirá una enorme desproporción entre el placer y el sufrimiento. La comodidad, la seguridad y la tranquilidad serán sustituidas por las estrecheces de la vida en la alta montaña, los riesgos y el sacrificio hasta la extenuación.
E insistiendo en que ese pacto con nuestro diablo personal es un acto íntimo y personal, también tengo la sensación de que ofrece comunes denominadores en cada uno de los que acabamos confiándole nuestra alma para alcanzar lo que para muchos puede resultar la extraña gloria de alcanzar una cima. ¿Jugarse la vida para subir una montaña?; ¿tiene algún sentido?; ¿no parece completamente absurdo?; ¿cuál es la recompensa?; ¿por qué?
Pero: ¿acaso no es una fiel reproducción de lo que nos ocurre a todos en cualquier otro aspecto de nuestras vidas? La gente trabaja todo el año para disfrutar una semana de vacaciones; lo hacemos toda la vida para disfrutar de apenas unos años de descanso y jubilación. Es la gran paradoja que gobierna el sentido de nuestras vidas: un solo momento de felicidad hace que los mayores esfuerzos hayan merecido la pena. Peregrinamos por caminos interminables, sólo porque sabemos que al final nos espera el oro de la vida en forma de “instante mágico”.
Y eso es a lo máximo que podemos aspirar; que no es poco. Contemplarlo todo; desde la perspectiva única que sólo una cima puede ofrecer, inundarte de naturaleza, el orgasmo de los sentidos con todos sus poros abiertos para que la belleza penetre hasta lo más profundo; y esa indescriptible satisfacción que experimentamos cuando tenemos la sensación de haber llegado.
Da igual a qué nos refiramos, hablemos de montañismo u otra cosa, porque es esa y no otra la razón más poderosa que alguien puede tener. Eso es lo que me ocurre cuando alcanzo una cumbre, y todas las preguntas que me asaltan en las vicisitudes del camino de repente encuentran respuesta para mayor sensación de paz.”
http://bizkaia.eldesmarque.com/nuestrosb...ontinentes
E insistiendo en que ese pacto con nuestro diablo personal es un acto íntimo y personal, también tengo la sensación de que ofrece comunes denominadores en cada uno de los que acabamos confiándole nuestra alma para alcanzar lo que para muchos puede resultar la extraña gloria de alcanzar una cima. ¿Jugarse la vida para subir una montaña?; ¿tiene algún sentido?; ¿no parece completamente absurdo?; ¿cuál es la recompensa?; ¿por qué?
Pero: ¿acaso no es una fiel reproducción de lo que nos ocurre a todos en cualquier otro aspecto de nuestras vidas? La gente trabaja todo el año para disfrutar una semana de vacaciones; lo hacemos toda la vida para disfrutar de apenas unos años de descanso y jubilación. Es la gran paradoja que gobierna el sentido de nuestras vidas: un solo momento de felicidad hace que los mayores esfuerzos hayan merecido la pena. Peregrinamos por caminos interminables, sólo porque sabemos que al final nos espera el oro de la vida en forma de “instante mágico”.
Y eso es a lo máximo que podemos aspirar; que no es poco. Contemplarlo todo; desde la perspectiva única que sólo una cima puede ofrecer, inundarte de naturaleza, el orgasmo de los sentidos con todos sus poros abiertos para que la belleza penetre hasta lo más profundo; y esa indescriptible satisfacción que experimentamos cuando tenemos la sensación de haber llegado.
Da igual a qué nos refiramos, hablemos de montañismo u otra cosa, porque es esa y no otra la razón más poderosa que alguien puede tener. Eso es lo que me ocurre cuando alcanzo una cumbre, y todas las preguntas que me asaltan en las vicisitudes del camino de repente encuentran respuesta para mayor sensación de paz.”
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