13-02-2011, 00:42
Granada-Jerez de la Frontera, 12 de Febrero de 2011
Seis de la mañana de un sábado en la ciudad de la Alhambra. Suena el despertador. Toca desayunar, vestirse, asearse y terminar de preparar las cosas como se hace en un día cualquiera. Pero hoy no, hoy se me resbala el jabón, no consigo atarme los cordones por la histeria, se me olvida como se apaga un despertador y tiro todo el nesquik por la cocina. Hoy es el día.
Salimos a las siete de la mañana dirección Cádiz, concretamente, Jerez de la Frontera. Cruzamos pasajes absolutamente herméticos a la vista ocultados por la densa niebla del amanecer. Todo se rodea de un cierto misticismo. O al menos así quiero verlo yo. Cuento los kilometros que quedan, miro el reloj, hago cálculos, consulto el gps... Cada metro ganado a la carretera y cada segundo nos acercan más al Circuito de Jerez.
300 kilómetros más tarde nos encontramos a poco más de 400 metros de los aparcamientos. Pero el atasco es monumental, la gente se impacienta y los nervios crecen y crecen. Se puede adivinar en el ambiente que algo grande está ocurriendo muy cerca de allí. Colas interminables de coches parados y filas inmensas de personas en paralelo que caminan por el arcén, apresuradas, con gestos de nerviosismo y premura pero sobre todo de ilusión que visten orgullosos todo tipo de atuendos color Rojo Ferrari. El entusiasmo y la ilusión llegan a hacerse prácticamente un calvario ante la necesaria espera. Y de repente, como un trueno a través del cielo, un crujido ensordecedor despierta mis sentidos y los latidos de mi corazón. El rugido del motor de un Fórmula1 me atrapa y me sumerge en un sueño del que espero no despertar jamás. Al otro lado de esa colina empiezan a cortar el viento auténticos coches de F1. A los pocos segundos se escucha un nuevo monoplaza....y otro más. Y por primera vez en mi vida siento como un "ruido", un sonido desagradable y ensordecedor, despierta en mi la más profunda y cálida ilusión.
Este primer contacto sensorial con la realidad del mágico circo no hace sino despertar aún más mi ansiedad por llegar allí y poder disfrutar. 20 minutos más tarde conseguimos aparcar el coche, recoger víveres y atuendos y nos dirigimos tan rápido como nos permiten las piernas entumecidas por el viaje hacia las taquillas. Hay verdaderos ríos de gente, y no es de extrañar que en Tribuna todo esté vendido. Grada normal, ¡no importa! lo que sea me vale, porque estoy escuchando música celestial en mis oídos y vive Dios que me muero de ganas de verlo. 10 Euros se dan besados y echamos a correr en busca de un buen sitio desde el que poder ver lo máximo posible.
Pero cuando uno lleva esperando ese momento tantos años, el sitio, el precio, la comida o la gente son aspectos tan insignificantes que empiezo a correr tan rápido como me permiten mis piernas y mi corazón por la parte trasera de las gradas, colina arriba. El ruido ensordecedor cada vez se siente más cerca, sus vibraciones se hacen más fuertes y las pulsaciones se disparan. Un hueco en la valla! Un último acelerón me sitúa remontando la pendiente y justo al llegar a la cumbre el mismo crujido que media hora antes me había cautivado los sentidos aparece a mi izquierda. Me giro tan rápido como puedo, oteando el horizonte en busca de una imagen aun desconocida para mi. No veo nada. Mi ritmo cardíaco se dispara, mis sentidos se multiplican y mis manos se aferran una contra la otra. Y en ese preciso instante, bañado por la luz del despertar del día y al fondo del paisaje, aparece un precioso Ferrari descargando potencia y belleza por igual. Cruza la recta, sube marchas, luego reduce y gira y se dirige inexorablemente hacia donde yo estoy. Y como un disparo de luz, pasa por mi lado a 250 km/h dejándome contemplar un corcel rojo dominado por un jinete del que solo asoma un casco azul. Mi mirada congelada por la imagen se empaña en lágrimas de emoción, mi pecho se comprime y aprieto las manos tanto como puedo aferrándome a la valla de seguridad y como si del último hálito de aire se tratara, incosciente y apasionadamente, mis pulmones dejan escapar un ¡VAMOS NANO!. No es la televisión. No es internet. Fernando Alonso está conduciendo un Ferrari a 9 metros de mi. Y cuando desaparece tras la curva es tal la emoción del momento que, como ser humano que soy siento, que únicamente soy capaz de bajar la cabeza, apoyar la frente contra la valla, apretar el puño y agitarlo frente a unos emocionados ojos humedecidos por las lágrimas. Se ha cumplido. Y de una forma que ni en mis mejores sueños hubiera podido nunca imaginar.
En absoluto estado de shock me reúno con mi gente y terminamos de instalarnos en la grada. ¿Alguna vez habéis sentido que pasara lo que pasara en ese momento nada ni nadie podría haberos arrebatado la felicidad? Este momento es justamente así para mi. Veo pasar al Lotus y detrás al Renault. Aún no me he acostumbrado al berrido de esos motores tan deliciosamente ruidosos y cada vez que pasa un coche es como redescubrir el paraiso una y otra vez. Pasan a apenas unos metros de mi. Y si en fotografías son máquinas realmente espectaculares, tenerlos a tu lado es contemplar un artefacto absolutamente hermoso en su anatomía. Verlos en movimiento, con esa demostración de potencia, técnica y velocidad, es un espectáculo que solo puede comprenderse cuando estás allí sintiendo toda esa energía que desprenden. Una sensación tan indescriptible como maravillosa e inolvidable.
Mientras intento volver en sí y recuperar el contacto con la realidad, el F150th capitaneado por Fernando vuelve a aparecer al fondo de mi campo visual. Imposible ponerle palabras al torrente de emociones que se vierten en este momento en mi interior y que inevitablemente se vuelcan al exterior. Parezco una quinceañera histérica. Muy bien, no me importa. Es mi sueño... Y hoy lo estoy cumpliendo.
Poco a poco me voy haciendo a la idea de que esto es real, de que esa realidad suprema y alejada que parecía ser la F1, y yo, estamos por fin bajo el mismo cielo. Y aunque tardaré semanas en ser consciente de todo esto, el día ha seguido transcurriendo con total intensidad y pasión. Vuelta tras vuelta, rugido tras rugido y aceleración tras aceleración me voy dando cuenta de que realmente me siento enamorado de todo esto. Es una pasión indescriptible. Notar cómo mis cinco sentidos se han empapado de Fórmula1 de una forma tan exagerada e intensa ha sido para recordar este día durante el resto de mi vida. Vuelta a vuelta de Fernando, cada vez que pasa frente a mi, me levanto saludando, aplaudiendo y gritando, movido por el bendito gen de la adrenalina contra el que nada se puede (ni debe) hacer, intentando congelar con mi cámara reflex cada segundo y cada instante dentro de mis limitados medios técnicos, pero movido por un empuje extremo. Comento con la gente de mi alrededor la actualidad sobre la F1, sobre Fernando, todo lo que vemos y las sensaciones que cada uno tiene. Es maravilloso compartir con otros esta pasión y estar en este gran foro para poder hacerlo igualmente con vosotros.
Tras varios parones la sesión se da definitivamente por terminada y toca empezar a recoger. Aún me dura el estado de shock emocional. Mis oidos atronados por el exceso de decibelios de los monoplazas no quieren acostumbrarse al silencio de nuevo. Cierro los ojos e intento saborear cada segundo, cada instante de los que me rodean. Hacemos la parada de rigor en nuestros boxes particulares, también llamados WC, porque nos espera otro largo camino de vuelta a casa, no sin antes acercarnos a las tiendas de Ferrari del circuito. Lo podáis creer o no, yo aún no tenía ni gorra ni camiseta ni nada de Fernando Alonso, tan solo un scalextric. Y tener por fin una gorra y una bandera que demuestren al mundo mi empatía, simpatía y fidelidad al Nano ha sido otro momento emocionante. Es algo parecido a rubricar con letras de oro un contrato escrito con ilusión, sobre ese gran pergamino llamado alma.
Preparados para volver, y tomando las últimas fotografías para el recuerdo, nos subimos en el coche con el regusto tremendamente dulce del día tan apasionante que se ha vivido. Mi gente ha disfrutado, lo se. Pero lo mío es cosa aparte. Me siento hechizado por una magia extraña que me atrapa cuanto más intento comprender el por qué. Esa realidad que parecía no pertenecer al mismo mundo que el mío se ha cruzado por fin en mi camino. Y jurándome a mi mismo que esta será la primera de muchas veces más, he girado la vista por última vez hacia el Circuito de Jerez, en el que el sol se estaba escondiendo tras la colina que yo mismo 8 horas atrás había remontado para ver al fin hecho un sueño realidad.
Seis de la mañana de un sábado en la ciudad de la Alhambra. Suena el despertador. Toca desayunar, vestirse, asearse y terminar de preparar las cosas como se hace en un día cualquiera. Pero hoy no, hoy se me resbala el jabón, no consigo atarme los cordones por la histeria, se me olvida como se apaga un despertador y tiro todo el nesquik por la cocina. Hoy es el día.
Salimos a las siete de la mañana dirección Cádiz, concretamente, Jerez de la Frontera. Cruzamos pasajes absolutamente herméticos a la vista ocultados por la densa niebla del amanecer. Todo se rodea de un cierto misticismo. O al menos así quiero verlo yo. Cuento los kilometros que quedan, miro el reloj, hago cálculos, consulto el gps... Cada metro ganado a la carretera y cada segundo nos acercan más al Circuito de Jerez.
300 kilómetros más tarde nos encontramos a poco más de 400 metros de los aparcamientos. Pero el atasco es monumental, la gente se impacienta y los nervios crecen y crecen. Se puede adivinar en el ambiente que algo grande está ocurriendo muy cerca de allí. Colas interminables de coches parados y filas inmensas de personas en paralelo que caminan por el arcén, apresuradas, con gestos de nerviosismo y premura pero sobre todo de ilusión que visten orgullosos todo tipo de atuendos color Rojo Ferrari. El entusiasmo y la ilusión llegan a hacerse prácticamente un calvario ante la necesaria espera. Y de repente, como un trueno a través del cielo, un crujido ensordecedor despierta mis sentidos y los latidos de mi corazón. El rugido del motor de un Fórmula1 me atrapa y me sumerge en un sueño del que espero no despertar jamás. Al otro lado de esa colina empiezan a cortar el viento auténticos coches de F1. A los pocos segundos se escucha un nuevo monoplaza....y otro más. Y por primera vez en mi vida siento como un "ruido", un sonido desagradable y ensordecedor, despierta en mi la más profunda y cálida ilusión.
Este primer contacto sensorial con la realidad del mágico circo no hace sino despertar aún más mi ansiedad por llegar allí y poder disfrutar. 20 minutos más tarde conseguimos aparcar el coche, recoger víveres y atuendos y nos dirigimos tan rápido como nos permiten las piernas entumecidas por el viaje hacia las taquillas. Hay verdaderos ríos de gente, y no es de extrañar que en Tribuna todo esté vendido. Grada normal, ¡no importa! lo que sea me vale, porque estoy escuchando música celestial en mis oídos y vive Dios que me muero de ganas de verlo. 10 Euros se dan besados y echamos a correr en busca de un buen sitio desde el que poder ver lo máximo posible.
Pero cuando uno lleva esperando ese momento tantos años, el sitio, el precio, la comida o la gente son aspectos tan insignificantes que empiezo a correr tan rápido como me permiten mis piernas y mi corazón por la parte trasera de las gradas, colina arriba. El ruido ensordecedor cada vez se siente más cerca, sus vibraciones se hacen más fuertes y las pulsaciones se disparan. Un hueco en la valla! Un último acelerón me sitúa remontando la pendiente y justo al llegar a la cumbre el mismo crujido que media hora antes me había cautivado los sentidos aparece a mi izquierda. Me giro tan rápido como puedo, oteando el horizonte en busca de una imagen aun desconocida para mi. No veo nada. Mi ritmo cardíaco se dispara, mis sentidos se multiplican y mis manos se aferran una contra la otra. Y en ese preciso instante, bañado por la luz del despertar del día y al fondo del paisaje, aparece un precioso Ferrari descargando potencia y belleza por igual. Cruza la recta, sube marchas, luego reduce y gira y se dirige inexorablemente hacia donde yo estoy. Y como un disparo de luz, pasa por mi lado a 250 km/h dejándome contemplar un corcel rojo dominado por un jinete del que solo asoma un casco azul. Mi mirada congelada por la imagen se empaña en lágrimas de emoción, mi pecho se comprime y aprieto las manos tanto como puedo aferrándome a la valla de seguridad y como si del último hálito de aire se tratara, incosciente y apasionadamente, mis pulmones dejan escapar un ¡VAMOS NANO!. No es la televisión. No es internet. Fernando Alonso está conduciendo un Ferrari a 9 metros de mi. Y cuando desaparece tras la curva es tal la emoción del momento que, como ser humano que soy siento, que únicamente soy capaz de bajar la cabeza, apoyar la frente contra la valla, apretar el puño y agitarlo frente a unos emocionados ojos humedecidos por las lágrimas. Se ha cumplido. Y de una forma que ni en mis mejores sueños hubiera podido nunca imaginar.
En absoluto estado de shock me reúno con mi gente y terminamos de instalarnos en la grada. ¿Alguna vez habéis sentido que pasara lo que pasara en ese momento nada ni nadie podría haberos arrebatado la felicidad? Este momento es justamente así para mi. Veo pasar al Lotus y detrás al Renault. Aún no me he acostumbrado al berrido de esos motores tan deliciosamente ruidosos y cada vez que pasa un coche es como redescubrir el paraiso una y otra vez. Pasan a apenas unos metros de mi. Y si en fotografías son máquinas realmente espectaculares, tenerlos a tu lado es contemplar un artefacto absolutamente hermoso en su anatomía. Verlos en movimiento, con esa demostración de potencia, técnica y velocidad, es un espectáculo que solo puede comprenderse cuando estás allí sintiendo toda esa energía que desprenden. Una sensación tan indescriptible como maravillosa e inolvidable.
Mientras intento volver en sí y recuperar el contacto con la realidad, el F150th capitaneado por Fernando vuelve a aparecer al fondo de mi campo visual. Imposible ponerle palabras al torrente de emociones que se vierten en este momento en mi interior y que inevitablemente se vuelcan al exterior. Parezco una quinceañera histérica. Muy bien, no me importa. Es mi sueño... Y hoy lo estoy cumpliendo.
Poco a poco me voy haciendo a la idea de que esto es real, de que esa realidad suprema y alejada que parecía ser la F1, y yo, estamos por fin bajo el mismo cielo. Y aunque tardaré semanas en ser consciente de todo esto, el día ha seguido transcurriendo con total intensidad y pasión. Vuelta tras vuelta, rugido tras rugido y aceleración tras aceleración me voy dando cuenta de que realmente me siento enamorado de todo esto. Es una pasión indescriptible. Notar cómo mis cinco sentidos se han empapado de Fórmula1 de una forma tan exagerada e intensa ha sido para recordar este día durante el resto de mi vida. Vuelta a vuelta de Fernando, cada vez que pasa frente a mi, me levanto saludando, aplaudiendo y gritando, movido por el bendito gen de la adrenalina contra el que nada se puede (ni debe) hacer, intentando congelar con mi cámara reflex cada segundo y cada instante dentro de mis limitados medios técnicos, pero movido por un empuje extremo. Comento con la gente de mi alrededor la actualidad sobre la F1, sobre Fernando, todo lo que vemos y las sensaciones que cada uno tiene. Es maravilloso compartir con otros esta pasión y estar en este gran foro para poder hacerlo igualmente con vosotros.
Tras varios parones la sesión se da definitivamente por terminada y toca empezar a recoger. Aún me dura el estado de shock emocional. Mis oidos atronados por el exceso de decibelios de los monoplazas no quieren acostumbrarse al silencio de nuevo. Cierro los ojos e intento saborear cada segundo, cada instante de los que me rodean. Hacemos la parada de rigor en nuestros boxes particulares, también llamados WC, porque nos espera otro largo camino de vuelta a casa, no sin antes acercarnos a las tiendas de Ferrari del circuito. Lo podáis creer o no, yo aún no tenía ni gorra ni camiseta ni nada de Fernando Alonso, tan solo un scalextric. Y tener por fin una gorra y una bandera que demuestren al mundo mi empatía, simpatía y fidelidad al Nano ha sido otro momento emocionante. Es algo parecido a rubricar con letras de oro un contrato escrito con ilusión, sobre ese gran pergamino llamado alma.
Preparados para volver, y tomando las últimas fotografías para el recuerdo, nos subimos en el coche con el regusto tremendamente dulce del día tan apasionante que se ha vivido. Mi gente ha disfrutado, lo se. Pero lo mío es cosa aparte. Me siento hechizado por una magia extraña que me atrapa cuanto más intento comprender el por qué. Esa realidad que parecía no pertenecer al mismo mundo que el mío se ha cruzado por fin en mi camino. Y jurándome a mi mismo que esta será la primera de muchas veces más, he girado la vista por última vez hacia el Circuito de Jerez, en el que el sol se estaba escondiendo tras la colina que yo mismo 8 horas atrás había remontado para ver al fin hecho un sueño realidad.