Vuelta y vuelta, bien hecha
Andaba preocupado porque ya han sido dos personas las que me han dicho en las últimas semanas que soy capaz de dar la vuelta a la tortilla sin cortarme un pelo. La cosa me viene de lejos, soy el hijo de en medio de una familia de tres vástagos y he hecho de la flaqueza virtud, total, que aprendí bien pronto los rudimentos del sobrevivir a base de ofrecer otras perspectivas para observar las mismas cosas. Mago en aquello de ofrecer alternativas, con el tiempo me hice diestro en el arte de la dialéctica —vieja disciplina que hoy está en desuso—, sobre todo en mi época de universitario, donde había que sacar la cabeza en las asambleas sí o sí. Me dijeron que era carne de cañón, que no prosperaría defendiendo a débiles o persiguiendo quimeras —¡Juan Carlos, cómo me has hecho ésto que me has hecho hace unas fechas!—, y me lo creí, hasta el punto de que no es el día en que no me acuesto sin haber certificado que he perpetrado tres o cuatro locuras de las que debería arrepentirme si estuviera cuerdo…
Dicen que tocan malos tiempos para los de mi estirpe pero soy reacio a creérmelo, y más desde que esta mañana, tras casi un mes de hacer pellas a mi TBO de cabecera, El País, me he encontrado en la revista El Semanal a Javier Cercas diciendo así: «Eso es la ironía: la llave que abre las puertas de la verdad, descubriéndonos que ésta es casi siempre poliédrica, que las cosas pueden no ser sólo una cosa, sino una cosa y la contraria. Esto no lo entenderán nunca los fanáticos, y por eso los fanáticos siempre han detestado la novela.»
Será que he sido un irónico de pelo en pecho en vez de un rufián toda la existencia novelesca que llevo a la espalda, pero en todo caso no me negaréis que cabe mayor oda a la tortilla, de patatas o francesa, que esta frase que sintetiza lo que es la vida misma y sus contradicciones, noveladas o no.
Pero ésta es una bitácora de F1 y debe atender a la actualidad aunque sea domingo por la noche, y como está en el candelero la cosa ésa de que Lewis Hamilton ha traicionado a McLaren para fichar por Mercedes AMG con la aquiescencia de Daimler, me ha dado por retorcer la realidad hasta exprimirla, y sacar como conclusión que no hay mejor cocinero de tortillas que Ross Brawn, y que a partir de ya mismo lo voy a tomar como ejemplo.
El británico se las piró de Ferrari para tomarse un año sabático. Concluida la tregua aterrizó en una Honda que no valía un pimiento y la reconvirtió en Brawn GP por 1 Euro, más o menos. Se calzó los mundiales de pilotos y constructores en 2009 y engañó a Norbert Haug y al aparatich alemán para rememorar viejas glorias con una Mercedes rediviva que apostaba una historia inmaculada en una aventura que no tenía pies ni cabeza, pero que contaba con Michael Schumacher como garantía y le producía enormes plusvalías. El bono basura prendía en el papel de periódico previamente impregnado de gasolina, pero pasaba el tiempo, y seguía pasando, y el Kaiser se ciscaba en los Pirelli y el sueño se desvanecía…
¿Qué queda cuando no queda nada? Lewis, eso queda. Robar a la competencia a base de talonario, a uno de los mejores pilotos en activo, para postegar la inevitable caída de la estrella de tres puntas —todo sea por seguir siendo—.
Ross sigue sonriendo mientras persevera en hacer apuestas locas. Es un irónico como yo. Seguramente se acuesta certificando que ha perpetrado tres o cuatro locuras de las que debería arrepentirse si estuviera cuerdo… Pero él gana, y eso es lo que cuenta, y eso es lo que nos diferencia, pues a mí me duelen las víctimas de mi forma de ver las cosas, y a él no.
Sea como fuere, cabe preguntarse que hará el tipo que peor se lleva con los neumáticos en la escudería cuyos vehículos más los maltrata, y qué será de Nico, el efebo que renunció a Williams por la misma zanahoria que ha engañado nada más y nada menos que a Lewis Hamilton, el hijo del viento que a partir de marzo próximo, correrá con zapatos de plomo si nadie lo remedia.
Os leo.