Más duro era el camión
Alonso solo ganó en Spa cuando tenía tres sponsors, se cambiaba en un furgón y almorzaba en el comedor de la F-3.000
Sale Alonso a escena ayer en Bélgica y, en la rueda de prensa, al menos cuatro empleados de Ferrari trabajan visibles para su comodidad durante diez minutos. Dos asistentes de comunicación, un técnico de sonido y una camarera en el imponente edificio móvil del «cavallino rampante». Detrás, invisible, repartida en camiones-oficina, talleres-laboratorio y salas de marketing, flota toda la estructura de la escudería, casi ochenta personas en Spa. Alonso nunca ha ganado en el circuito santuario de la Fórmula 1, el que se aleja de los cánones de aceleración y frenada de los nuevos tiempos, en el que Schumacher se siente como en el jardín de su casa. Solo lo hizo una vez y, entonces, la vida era dura en el camión. Fue en 2000, paso previo a su asalto de un deporte semi clandestino en España.
La primera y la última de Alonso en el trazado más largo y simbólico del Mundial (siete kilómetros, casi dos minutos por vuelta en sus 19 curvas) ocurrió en el Astromega, un equipo que suena a chino al gran público. Propiedad del belga Mike van Hool, supuso el tránsito de Alonso por las gateras del automovilismo, el territorio desconocido que todo hijo de vecino debe superar para alcanzar el oropel y la púrpura de la F-1.
Once años atrás, Alonso no viajaba en business ni disfrutaba de un camerino privado dentro del motorhome de Ferrari. No disponía, claro, de un chófer que lo espera a la puerta del jet privado y un ejército de colaboradores que reservan su habitación de hotel, lo trasladan al circuito, lo protegen de las marabuntas de aficionados y lo llevan a cenar. Ni parecido. Hacía cola con su bandeja en la carpa del comedor social de la Fórmula 3.000, se cambiaba en un furgón y exprimía el rendimiento que le ofrecían cuatro mecánicos y un ingeniero convertidos en chicos para todo dentro de la mínima estructura de Astromega.
El asturiano vivía colgado del alambre, como sucede con todos los aspirantes a estrellas del volante. Pendiente del apoyo de los patrocinadores y de los movimientos a degüello en los garajes para apropiarse de un coche el año siguiente. Once años atrás, el asturiano arrastraba ya una cierta estela de elegido. Así lo pregonaban sus sponsors: Telefónica, LeasePlan y el circuito de la Comunidad Valenciana.
«Correr nunca le ha costado dinero porque en su casa no lo había», cuentan en su cueva familiar. Astromega era una escudería de mitad de tabla en la Fórmula 3.000 (la actual Gp2) y aquel otoño belga de 2000, Alonso dio un golpe en la mesa. Hizo la pole en Spa y ganó de principio a fin bajo la atenta dirección en la pista del actual ingeniero de Felipe Massa, Rob Smedley. «En Spa hay que dejar que el coche corra. Tiene una fluidez natural en las curvas y apenas se toca el freno. Es normal que a todos nos guste este circuito», recordó ayer el español.
Aquella victoria aportó un valor extra a la trayectoria de Alonso. Flavio Briatore pagó un traspaso al estilo del fútbol a Giancarlo Minardi para quedarse en propiedad con los derechos del español. Ahí arrancó su historia con Renault y sus andanzas en la Fórmula 1. En el mismo circuito que se le resiste año tras año, el viejo Spa que no lo ha visto ganar desde que traspasó la línea de la celebridad.
Ayer, con un segundo puesto en los libres, se aproxima a consumar otro desafío: ganar en el escenario donde todo empezó: «Cuando tienes tanta desventaja en el Mundial, hay que buscar otro tipo de retos. Y ganar en Spa es uno de ellos», dijo Alonso.
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